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Coronavirus: La pobreza obliga a Masaya a seguir como si nada 

La Ciudad de las Flores se debate entre la muerte y la negación de la pandemia. Un cementerio del municipio registra en las dos últimas semanas seis entierros exprés al día, en promedio.

Adelia M. S. | 28 de mayo de 2020 

MASAYA — Juan contrajo coronavirus en la empresa de zona franca Istmo Textil, en Masaya, y contagió a dos miembros de su familia. Él y su esposa, una ama de casa de 23 años, sobrevivieron, pero su papá de 65 años, con problemas de insufiencia renal, no.

En los últimos 15 días su vida no se ha detenido. Aún enfermo, con síntomas de fiebre y pérdida del gusto y el olfato, fue a la maquila, bajo presión de su superior. Le dieron siete días libres a cuenta de vacaciones hasta cuando informó que su papá se encontraba mal de salud, al igual que su pareja.

Reconoce que tiene coronavirus porque presentó todos los síntomas de los que hablan en las redes sociales, su principal fuente de información, pero ante sus amigos y vecinos prefiere decir que sufrió un resfriado más, propio de la entrada de la estación lluviosa.

“En el Ministerio de Salud informamos que mi papá murió por problemas renales, y nosotros (él y su cónjuge) nunca sabremos si tuvimos coronavirus porque no nos hicieron pruebas, ni fuimos al hospital”, dice Juan, desde el teléfono esta noche de finales de mayo en Masaya, la ciudad que según el Observatorio Ciudadano Covid-19, es una de las más afectadas del país con 86 muertes hasta la semana pasada.

Epidemiólogos y doctores independientes creen que el número de muertes en esta ciudad podría ser mayor, pero ven una negación por varias razones: estigma de la enfermedad, el miedo a no ser atendido en hospitales, falta de pruebas o la posibilidad de quedarse sin trabajo.

Cualquiera sea la razón, el peso recae en las autoridades que no han sabido ponerse al frente de esta emergencia sanitaria.

Como el joven Juan, de cuyo salario de C$6,000 córdobas dependen ahora dos adultos y dos niños, hay más en Masaya. Ciudadanos que no pueden parar el trabajo, deciden continuar yendo a las empresas de zonas de francas, una de las mayores empleadores de este departamento, y al mercado de la ciudad Ernesto Fernández y calles, centro de la informalidad laboral.

Aquí los trabajadores no pueden deternerse. Los ciudadanos, viven el día a día con la incertidumbre de en qué momento se contagiarán de coronavirus, pero nada es más importante que asegurar dinero para comprar alimentos.

En la calle del Instituto Nacional Héroes y Mártires de la Reforma, (Inmare), dos pequeñas niñas de diez y siete años, víctimas del trabajo infantil, ofrecen a los transeúntes mangos y jocotes, empacados en bolsas plásticas.

Estas pequeñas dejaron la escuela, pero no las calles. A diario son explotadas por sus padres. Venden sin percatarse que el país está envuelto en una ola de contagios de coronavirus.

Ningún organismo, institución o empresa privada o pública les ha brindado a su familia algún tipo de ayuda para que se queden en casa.

Al falta de dinero no pueden comprar máscaras, ni alcohol en gel ni jabón para lavarse las manos. Ambas de ojos claros y tez blanca, conversan sobre su día a día, con una candidez propia de su edad.

Dicen que en su casa viven diez personas, incluyendo su mamá, tres hermanos, una tía y un primo. Su madre Karla Mayorga trabaja en otro puesto que se encuentra en el mercado municipal, foco de contagios.

Una semana atrás, corrió el rumor de que las autoridades locales cerraría el centro de trabajo de Mayorga porque ahí hay un fuerte brote del virus.

Aunque el cierre no se ha dado, según la comerciante Ligia Guzmán, por las noches las autoridades han decidido desinfectar el mercado donde convergen cientos de vendedores que no cuentan con un seguro social.

Según la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (Funides) a mediados de junio Nicaragua podría registrar 119,000 personas infectadas de coronavirus.

Quedarse en casa, no es opción. Al final saben que los contagios son inminentes y que ir al hospital no es una opción. Les toca quedarse en casa sin ninguna atención médica ni medicinas, a falta de recursos económicos. Hay gastos, dicen, más importantes.

Eduardo Moncada, conductor de un taxi, recorre la ciudad todos los días para ganarse la vida. Desde las 5:00 a.m. hasta las 8:00 pm circula por los centros de compras y comercios que aún funcionan en Masaya, la mayoría supermercados, farmacias y algunas tiendas.

Los bares, centros de bailes nocturnos y parques o canchas deportivas, lucen vacías. Algunos comercios, como restaurantes, cerraron sus puertas y adoptaron el servicio a domicilio.

Moncada comenta que hace un mes y medio perdió un empleo formal en una granja de pollos.

Ahora desde el volante de un taxi se gana la vida, asumiendo el riesgo de contraer coronavirus. Responsablemente, eso sí, utiliza su mascarilla y su alcohol en gel, pero expresa que lo que gana como taxero apenas alcanza para comer. Se le dificulta reunir el dinero para hacer los pagos de luz, agua y otros servicios como cable e internet.

El próximo mes, augura, le cortarán el servicio de energía eléctrica, que ha aumentado el costo en los últimos meses.

“La empresa distribuidora de energía, Unión Fenosa, ha venido incrementando la factura de energía, por más reclamos que hago no hay reducción, la cuenta casi es impagable, para alguien que gana menos de 10 dólares al día, pagar una factura de 100 dólares mensuales es un duro golpe”, reclama.

Otro que no se queda en casa es el ciudadano Néstor Flores, que labora como guarda de seguridad para una financiera. Cuenta que desde que empezó la crisis de coronavirus los clientes que acuden a la institución bancaria llegan por arreglos de pagos, una muestra de lo mal que está la economía de los ciudadanos. 

Sobre las medidas de prevención indicó que es un tema cultural que debe ser considerado, puesto que al lugar llegan personas que a estas alturas no portan mascarillas y otras que se molestan cuando les pone el medidor de temperatura.

En su caso, la empresa de vigilancia para la que trabaja le proporciona todos los artículos para evitar el contagio.

La población sabe que la situación empeora por el número de muertos, aunque no todos se atribuyen a coronavirus.

Por ejemplo, al sur de la ciudad de Masaya, en el cementerio de Monimbó, los pobladores registran al menos seis entierros exprés al día, desde las últimas dos semanas.

Las personas tienen temor de conversar sobre lo que ocurre, algunos por miedo a represalias, otros por estigma.

Un ciudadano que lleva más de 30 años trabajando como albañil en el cementerio de Monimbó, que prefirió identificarse con el apodo de“Cementerio”, relata que los entierros nocturnos no cesan.

Comenta que los “sepulteros” contratados para cavar las fosas en horas de la noche reciben un pago de 300 córdobas, menos de 10 dólares. Los trabajadores se limitan a abrir y cerrar la fosa, y no tienen contacto con el ataúd del difunto, tampoco pueden comentar sobre la llegada de autoridades municipales y policiales.

Durante el recorrido que realizó Despacho 505 a este cementerio, a eso de las once de la mañana de este miércoles, se encontraban dos desfiles fúnebres. Muertes comunes.

Esta vez sólo la familia más cercana se aprecia entrando a los callejones del cementerio donde morarán los restos de los seres queridos.

Así transcurre la vida en Masaya. Los últimos días son  más tenebrosos por el número de muertos a causa de coronavirus. Pero la vida sigue.

 

José Denis Cruz colaboró con este reporte.