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Reporte 505

Del campo a la muerte: Eleazar Blandón y el regreso a Nicaragua que no pudo ser

El caso de este nicaragüense de 42 años, sin padecimientos crónicos, que falleció por trabajar bajo temperaturas extremas genera reacciones entre las más altas estructuras del gobierno de Pedro Sánchez.

Eleazar Blandón, nicaragüense fallecido en España.

Eleazar Blandón Herrera trabajaba en España para juntar dinero y pagarse la prueba de coronavirus que le exigían para volar de regreso a Managua. Esta es la historia de su muerte y el drama de una familia que vive el dolor desde dos partes del mundo.

—¡Mamá, aquí me tratan mal, me ofenden, me humillan!

Dos semanas antes de morir, el hombre de 42 años había decidido contarle a su familia en Nicaragua la explotación laboral que estaba sufriendo por parte de su jefe, en Lorca, Murcia. Su mamá, una señora de 67 años, le respondió con contundencia.

—¡Mirá, Eleazar, venite! Te voy a comprar el boleto.

El miércoles de la semana pasada, dos días antes de la muerte de Eleazar, la señora le envió la copia del boleto aéreo. El 23 de octubre emprendería su vuelo de retorno a Nicaragua para encontrarse con sus cincos hijos, su esposa, su mamá y sus hermanos.

Sin embargo, el sábado pasado una tragedia destruyó los planes de la familia Blandón. Desde España recibieron la noticia de que Eleazar murió por un golpe de calor.

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Eleazar Blandón habría pasado varias horas antes de ser abandonado inconsciente en la puerta del centro médico de Lorca, municipio de la Comunidad de Murcia, al sureste de España. Se desplomó en plena faena de recolección de frutos, pero su empleador no llamó al servicio de ambulancias, que es gratuito. Al cierre de la jornada de este sábado, en la furgoneta donde trasladan a todos los trabajadores desde la ciudad hasta la finca, subieron a Eleazar. “Fue al último que bajaron, lo dejaron tirado”, reprocha Ana Blandón, citando lo que ha conocido de boca de compañeros de trabajo de su hermano.

“Hasta que terminó la jornada se subieron todos y subieron a Eleazar, ¡Son más de dos horas de camino! Dicen que hicieron el recorrido de ir a dejar a su casa a todos los trabajadores y de último fueron a tirar a la puerta del centro de salud a Eleazar y ellos se fueron veloces del centro de salud”. Eleazar fue trasladado de urgencia a un hospital, al llegar sufrió un infarto y fue declarado fallecido.

El jueves Ana había preguntado a Eleazar cómo estaba. Él respondió con un autorretrato en el que se le ve en medio de un campo de sandías con el cabello revuelto, la barba crecida y la piel tostada de estar trabajando bajo la temperatura ardiente del verano español. El reflejo del sol hizo que Eleazar frunciera el ceño y entrecerrara los ojos al momento de la foto, acentuando su expresión de fatiga. No estaba acostumbrado al trabajo de campo. Estaba Irreconocible, dice Ana, sin parar de llorar. “Yo le dije: ‘Diosito, hermano lindo no sos ni la sombra del chavalo que salió de Nicaragua”.

Ana sabía que Eleazar sufría humillaciones, que el trabajo era bestial, sin descanso ni condiciones para soportar las temperaturas de más de 40 grados centígrados que marcan en Murcia en esta época. El sábado, hacía 44 grados. No resistió.

A los 28 años, a Eleazar lo operaron de la columna porque le brotaron varias hernias. Aunque no hubo secuelas, en el campo sufrió dificultad por pasar extensas jornadas laborales agachado, recolectando sandías, brocoli y cebolla. “A veces solo trabajaba mediodía porque se puso mal de la columna”, narra otro familiar.

Llegó a esos campos de cultivo en Lorca por recomendación de unos conocidos. Sin permiso de trabajo se aferró a «la oportunidad» de ganar dinero tras permanecer tres meses confinado en casa de su hermana en Almería.

“Él tiene cinco hijos (llora) y tiene un niñito de mesecitos, los niños están solos porque la mamá está en Costa Rica, entonces me dijo se quería ir allá (al campo) a probar. Se me puso a llorar y le di los reales para que se fuera”, relata su hermana.

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Fue Ana quien ayudó a Eleazar para que buscara mejor vida en España. Cuando “la cosa se puso fea” en Nicaragua ahorró 3,500 euros para cubrir los costos del viaje.

“Yo me siento culpable, porque yo fui quién me lo traje”, se recrimina, porque nadie que sale a buscar un futuro merece terminar así, expresa.

“Nunca imaginé que esto iba a terminar así. Él tenía muchos sueños, era un padre que amaba mucho a sus hijos, y una vez llorando cuando estaba el virus que nos encerró, me dice ‘estoy con depresión, porque no estoy trabajando y mis hijos necesitan de mi ayuda y no puedo ayudarles’. Se perdió el nacimiento de su niño pequeño para venirse para acá, y ahora está muerto, ¡Dios mío!”, clama.

***

Eleazar Blandón Herrera partió de Nicaragua el 20 de octubre del año pasado. Antes de despedirse de su madre en el aeropuerto de Managua se tomó una fotografía junto a ella y la dejó con la promesa de que volvería.

Con cuatro hijos, una esposa embarazada, desempleado y viviendo con miedo por haber participado en las protestas cívicas contra el régimen de Daniel Ortega en 2018, vio en España una oportunidad para salir adelante. Su objetivo era trabajar, ahorrar y volver con los suyos.

Quería que Anthony, de 20 años, retomara la universidad que abandonó por falta de dinero, a uno de los niños pequeños le había prometido una bicicleta y al tierno anhelaba conocerlo. Para él, soñaba reunir el dinero y comprar un carrito de comida para trabajar junto a sus hijos mayores frente al parque de Jinotega. “Vivía sacando las cuentas de cuánto le costaba cada cosa”, recuerda su hermana. Ya no pudo.

Eleazar llegó en octubre de 2019 a Bilbao. Tenía promesa de ayuda para encontrar trabajo, pero le fue mal. Entonces se mudó a Almería con su hermana, consiguió un trabajo como ayudante de un camión de reparto de agua purificada y tramitó asilo político. Llegó la pandemia, el confinamiento y fue despedido. Entonces sentía que “estaba perdiendo su tiempo”, mientras sus hijos sufrían carencias.

Como solicitante de asilo, el nicaragüense estaba cubierto por una residencia temporal, pero sin permiso de trabajo. Muchos extranjeros en esa condición optan por el «trabajo en negro», que los expone a cubrir horarios fuera de la norma y a cobrar la mitad de la paga mínima, que ronda los 950 euros este año.

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El caso de este nicaragüense de 42 años, sin padecimientos crónicos, que falleció por trabajar bajo temperaturas extremas genera reacciones entre las más altas estructuras del gobierno de Pedro Sánchez. En los reportes se omite la identidad. Su nombre es Eleazar Blandón, es mi hermano, refiere Ana. Está dolida, confundida, impotente porque es una situación para la que pocos inmigrantes en España se preparan.

En las doce horas previas a la conversación con Ana, ella había viajado dos horas desde Almería hasta Lorca, Murcia. Salió de madrugada y regresó a primera hora a cumplir con su trabajo. La información que obtuvo todavía es escueta y por el impacto tampoco logra procesar cada detalle.

Ella solo suplica ver el cuerpo de su hermano y decirle a su madre que es él, porque en el primer viaje no pudo. Probablemente no lo logre, el manejo de cadáveres en suelo español todavía se realiza según el protocolo Covid-19. Además, por su estado emocional, en la Guardia Civil no accedieron a su petición de al menos ver las imágenes del cadáver. Entregó su celular, les mostró la última foto y mensajes que intercambió con Eleazar 24 horas antes de morir. La camisa a cuadros color mostaza y blanco que viste en la instantánea que le mandó es la misma que llevaba puesta cuando murió, le reveló el agente.

Este lunes Ana está de regreso en Lorca. Le fijaron una cita con el juez y un policía le aconsejó presentarse con un abogado. No dispone de recursos ni contactos, iría sola. Insiste en que su prioridad es resguardar el cuerpo de su hermano.

El empleador de Eleazar ha sido apresado, pero ella no conoce el proceso legal que eso implica. Solo dice que le gustaría que la tragedia que embarga a su familia sea investigada y que el responsable asuma.

Este domingo la Guardia Civil de España detuvo al hombre de nacionalidad ecuatoriana que estaba a cargo de la cuadrilla que trasladaba a Eleazar a los cultivos de brócoli, cebolla y sandía. Hoy fue puesto a disposición del juez para responder por el delito de violar los derechos de los trabajadores.

“Eso de que lo hayan dejado tirado, así como cualquier cosa en el centro de salud, eso no me parece correcto y entonces yo quiero eso (que se investigue)”, pide.

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EL DOLOR A LO LEJOS

Kamil José Blandón, otro de los hermanos de Eleazar, recorría las calles de Jinotega en su taxi cuando recibió la llamada de su hermana que vive en España. Primero le dijo que Eleazar estaba bien, pero en cuestión horas el diagnóstico se hizo funesto: murió de un infarto.

En ese momento Kamil rebobinó en su memoria el día que su hermano le expresó su deseo de irse a España: “Vivía coyol quebrado, coyol comido”, cuenta. Aunque tenía un empleo en una trasnacional, el salario no era suficiente para lidiar con la carga familiar.

Ese sábado revivió el drama de hace cuatro años cuando su papá murió de un infarto mientras trabajaba en el campo, en Texas, Estados Unidos. “Es un dolor muy grande porque mi papá murió de un golpe de calor. Con lo de mi papá no fue tan difícil porque no estaba esta situación tan difícil, ahora es más difícil para todos”, comenta Kamil.

La familia está luchando porque el cuerpo de Eleazar llegue a Jinotega. Mientras eso ocurre, tratan de recordarlo. En el caso de Kamil, busca en su mente las imágenes de un día cualquiera en que Eleazar llegó a casa con una piña de pescado y comieron juntos. “Nunca olvidaré ese momento”, asegura.

Por estos días en España los políticos empiezan a hablar del jornalero que murió en un campo de Murcia por un golpe de calor, pero al otro lado del Atlántico, a 8,000 kilómetros, está el drama de una familia que pone un altar para sentir cerca al hombre que le gustaba salir a pasear en los fines de semana, al padre que anhelaba conocer a su bebé, y al fanático de Tego Calderón y Don Omar.

En España Eleazar es el jornalero sin nombre que retrata el drama de la explotación laboral, mientras que en la norteña Jinotega es el hijo, padre, hermano, vecino, el compatriota que buscaba un futuro mejor y tuvo el peor destino. Está el dolor de una familia que esperaba con ansias el 23 de octubre, el día que Eleazar volvería a estar con ellos.  

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