Las niñas de Pochomil y Masachapa que luchan contra la violencia de género

En las costas de San Rafael del Sur, un grupo de niñas y adolescentes ha aprendido que su futuro no tiene que ser convertirse en ama de casa o “juntarse” con un hombre adulto por una “costumbre” impuesta por la pobreza y el machismo. Saben que no es normal la violencia ni el acoso, que el género no les impone límites y ellas mismas se encargan de que las demás chavalas lo aprendan y rompan el ciclo del abuso y la violencia.

Por Despacho505 | Agosto 10, 2021

En las costas de San Rafael del Sur, un grupo de niñas y adolescentes ha aprendido que su futuro no tiene que ser convertirse en ama de casa o “juntarse” con un hombre adulto por una “costumbre” impuesta por la pobreza y el machismo. Saben que no es normal la violencia ni el acoso, que el género no les impone límites y ellas mismas se encargan de que las demás chavalas lo aprendan y rompan el ciclo del abuso y la violencia.

Despacho505 | Agosto 10, 2021

Muchas fueron las tardes en que Angélica Francisca Medina Artola llegaba a su casa, se metía a su habitación y se ponía a llorar. No podía comprender por qué los hombres la trataban con palabras repugnantes y querían siempre tocarle alguna parte del cuerpo. Por miedo al regaño, y porque no sentía confianza, ella no le contaba nada a su mamá.

Eso ocurrió hasta hace dos años, cuando Angélica tenía 14 años de edad y recorría los balnearios de Pochomil y Masachapa, zonas costeras de Managua, vendiendo de forma ambulante adornos o artesanías fabricadas con conchas de mar u otros materiales similares. “Yo era vendedora ambulante, vendía artesanías, adornitos, pero sufría acoso de los paseadores (turistas). Había momentos en que si me arrimaba a alguna mesa, ellos, borrachos, se querían sobrepasar, como a tocarme, y también usaban palabras que me ofendían mucho, que me hacían sentir mal”, recuerda.

La adolescente comenzó a comprender la realidad que vivía cuando se integró a un grupo de jóvenes de su misma edad que le dijeron que era víctima de violencia, pero que no la podía reconocer fácilmente porque en esa zona de Nicaragua, a como en muchas otras, la gente veía normal que los hombres adultos trataran mal a las mujeres, especialmente en asuntos relacionados a lo sexual.

Le dijeron que eran jóvenes que pertenecían a la Fundación para el Desarrollo Comunitario (Fundecom) y que todas formaban parte de un proyecto denominado “Empoderada autogestiono mis derechos para vivir libres de violencias ”.

Fernanda Gabriela Garcíaa quiere ser médico pediatra. Es una de las pocas jóvenes en Masachapa y Pochomil que aspira a estudiar algo diferente a Turismo y Hotelería.

La adolescente comenzó a comprender la realidad que vivía cuando se integró a un grupo de jóvenes de su misma edad que le dijeron que era víctima de violencia.

El grupo consta de 40 adolescentes, de entre las edades de 13 a 17 años de edad, quienes son capacitadas en temas de violencia a fin de prevenir la misma.

La adolescente comenzó a comprender la realidad que vivía cuando se integró a un grupo de jóvenes de su misma edad que le dijeron que era víctima de violencia.



De ese total, seis de las muchachas son conocidas como “lideresas”, porque son las que tienen más dominio sobre la violencia de género que se vive en esa zona pesquera y turística de Nicaragua y asesoran a las demás niñas con charlas e información que comparten a través de brochures. Además, han aprendido a detectar cuándo otra niña es víctima de violencia o está en riesgo de la misma.

En estos tiempos de pandemia del Covid-19, las jóvenes se reúnen con menos frecuencia y observando las medidas de seguridad, pero han extendido las consejerías a través de mensajes por teléfono celular o cualquier otro medio de comunicación disponible. Un aspecto curioso es que el grupo no pasa de las 40 integrantes porque en Masachapa y Pochomil, poblados que apenas superan los 10,000 habitantes, ya casi no quedan adolescentes que estén solteras. La mayoría han tenido que irse de sus casas a convivir con hombres mucho mayores que ellas, especialmente porque existe mucha pobreza, falta de intervención de las instituciones del Estado ante los problemas que enfrentan y porque los padres y madres, así como la sociedad entera, ven como normal esa situación.

En Masachapa y Pochomil, una zona relativamente muy pequeña, tiene de todos los problemas sociales que puedan existir, pero predominan el acoso sexual a las adolescentes y las uniones tempranas y forzadas con hombres adultos.

Las playas de Pochomil y Masachapa tienen un turismo rústico, de chozas principalmente, donde se venden mariscos y mucho licor. El turismo ahí, con excepción de Montelimar, no es una buena fuente de desarrollo económico.

En esta zona del país hay un cúmulo de problemas estructuras que profundizan todas las violencias de género. La socióloga Maryce Mejía, enlace nacional de la Red de Mujeres contra la Violencia, menciona que en Masachapa y Pochomil los pobladores viven en hacinamiento, lo que en algunas ocasiones provoca que las niñas quieran salir de sus hogares. “El 28 por ciento de la infraestructura es de hacinamiento. Las casas están muy juntitas. Son casas frágiles también. A eso se le suma que no hay agua potable, ni negras y ni electricidad”, manifiesta la socióloga.

Angélica Medina lloraba después de que los turistas la acosaban con piropos soeces. Ahora ha dejado de vender ambulante, está estudiando pero, sobretodo, ya no permite a ningún hombre que la violente ni verbal ni físicamente.

En Masachapa y Pochomil, una zona relativamente muy pequeña, tiene de todos los problemas sociales que puedan existir, pero predominan el acoso sexual a las adolescentes.



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En la actualidad, Angélica Medina ha mejorado la comunicación con su mamá Alejandra Artola, de 43 años de edad. No se llevaba mal con ella, sino que le costaba contarle sus problemas de adolescente. Ese cambio, considera, se debe a las charlas que recibe sobre la prevención de la violencia y que ahora ella comparte con otras niñas de su comunidad Pochomil.

“He tratado de brindarles charlas a más niñas. Me ha servido de mucho, en el aspecto que ahora sí puedo ver qué es lo que es violencia”, explica Angélica. Ese cambio en su vida, lo resume así entre risas: “Ahora soy más chispa”.

El grupo consta de 40 adolescentes, de entre las edades de 13 a 17 años de edad, quienes son capacitadas en temas de violencia a fin de prevenir la misma.



Otra joven lideresa y que siente que su vida ha cambiado a través de las charlas de prevención de la violencia es Fernanda Gabriela García Vargas, de 17 años de edad, una joven delgada, alta y que tiene algo que la diferencia: mientras casi todas sus amigas quieren estudiar hotelería y turismo, porque viven en una zona con esas características, Fernanda desea convertirse en médico pediatra.

Fernanda explica que Pochomil y Masachapa son un lugar “muy bonito”, pero “bastante peligroso” porque existen constantes alertas de tsunamis. “El mar se agita mucho”, dice. No obstante, reconoce que lo peor que las mujeres sufren es el acoso por parte de los hombres que llegan de diferentes partes de Nicaragua a hacer turismo en ambos balnearios, así como el machismo en la zona. “Piensan que las mujeres tenemos que hacer lo que ellos dicen. Nos quieren someter”, asegura la joven.

Masachapa y Pochomil son dos poblados pequeños que a la vez son playas. Masachapa es una zona principalmente pesquera, mientras que Pochomil tiene mejores condiciones para el turismo. Ambas son vecinas, parte del municipio de San Rafael del Sur, en el departamento de Managua y están ubicadas a poco más de 60 kilómetros de la ciudad capital.

La socióloga Maryce Mejía explica que esos poblados playeros propician doblemente la vulnerabilidad de las mujeres, especialmente de las niñas y adolescentes, porque tanto la pesca como el turismo son muy incipientes y no dan lugar a un buen desarrollo económico. El turismo es principalmente, con excepción del hotel Montelimar, dirigido a un segmento con alto poder adquisitivo, de pequeños ranchos precarios y la pesca no deja muchos dividendos realmente.

Los principales puestos de trabajo son para los hombres, mientras que las mujeres se ocupan de limpiar las redes con que ellos pescan, vender en las costas o ser amas de casa. “Es un entorno bastante masculinizado”, indica Mejía. La pobreza de la zona lleva a las familias a procurar “desprenderse” de las adolescentes, a quienes les buscan maridos adultos para que se hagan cargo de ellas, o bien puedan ayudar con el sostén del hogar.

En Masachapa y Pochomil, una zona relativamente muy pequeña, tiene de todos los problemas sociales que puedan existir, pero predominan el acoso sexual a las adolescentes.



En Masachapa y Pochomil, una zona relativamente muy pequeña, tiene de todos los problemas sociales que puedan existir, pero predominan el acoso sexual a las adolescentes.



Sobre ese aspecto, la joven lideresa Fernanda Gabriela cuenta: “Tengo amigas que se han ido con hombres. Yo les digo que no, pero ellas dicen que lo hacen por su situación económica. Me dicen: ‘tengo que ayudarle a mi mamá’. Y prefieren irse”.

La joven se entristece con esa situación porque considera que sus amigas que lo han hecho todavía son niñas y no saben mucho de la vida. Fernanda también se queja de que la Policía no hace bien su trabajo. “Recuerdo que una de mis amigas apenas tenía 12 años de edad y se fue con un hombre de 42 años. Llamamos a la Policía, pero los policías lo vieron como normal”, lamenta la joven.

Naydeling Gago vive con su mamá y tres hermanos en un hogar donde la violencia es casi inexistente. El problema está en la comunidad, donde Naydeling ve las 24 horas del día cómo los hombres adultos acosan a las niñas.

El hacinamiento es común en las viviendas de Masachapa y Pochomil. La infraestructura de las casas es raquítica y la mayoría de ellas tienen piso de tierra, explica Celia Vega, de Fundecom.

Al respecto, la socióloga Mejía comenta que a falta de la intervención del Estado la única institución que está trabajando en la zona en la prevención de la violencia contra las mujeres es Fundecom, pero no tiene las herramientas suficientes, por ejemplo, estadísticas para dimensionar la gravedad de los problemas que enfrentas niñas y adolescentes de la zona. Además, problemas estructurales, como la pobreza y la violencia, llevan años en trabajarse y se necesita un involucramiento integral tanto de las instituciones públicas como de organismos sociales y hasta de la empresa privada.

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Naydeling Samantha Gago Gutiérrez tiene 17 años de edad. Vive entre Masachapa y Pochomil y desde hace dos años comenzó a recibir charlas para la prevención contra la violencia. Estudia un técnico de Administración Turística y Hotelera en una escuela de la zona que se llama Luxemburgo. Divide su tiempo entre los estudios, los quehaceres de la casa y salir a las calles a participar como lideresa en la prevención de la violencia contra niñas de su misma edad.

Sobre el acoso sexual que existe en la zona ella le aconseja a sus amigas que siempre lo platiquen con alguien de confianza, que les pueda ayudar. “A mis amigas yo les platico de la violencia, que no es normal”, expresa Naydeling. Una de las experiencias más bonitas que ha tenido es cuando le habló del programa a sus primas. “Les platiqué y ellas quisieron venir a las capacitaciones. Yo quería que ellas participaran porque considero que todas las jóvenes debemos de saber que en las calles hay riesgos. Me sentí muy feliz cuando ellas dijeron que venían”, dice Naydeling.

La joven vive con su mamá y tres hermanos. La vida es tranquila en el hogar, aunque admite que le gustaría que la economía familiar fuese mejor. Sobre el programa de empoderamiento al que se integró considera que ha sido de mucha ayuda para ella. “Al principio, cuando entré, me ayudaron a hacer un plan de vida. Yo tenía que bachillerarme y ya lo logré”, expresa esbozando una larga sonrisa.

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Fundecom tiene tres años de estar trabajando con las jóvenes de Masachapa y Pochomil. Las cosas no han sido fáciles porque al principio las madres y los padres no les querían dar permiso a sus hijas para asistir a las capacitaciones, explica Celia Vega, presidenta de la junta directiva de Fundecom.

Celia Vega llegó con 15 años de edad al programa de Fundecom y ahora es la directora del organismo. Está muy comprometida con la prevención de la violencia contra las mujeres en Masachapa y Pochomil

La socióloga Maryce Mejía explica que esos poblados playeros propician doblemente la vulnerabilidad de las mujeres, especialmente de las niñas y adolescentes.



En la actualidad, ella solo llama a las madres y ya no hay problemas con el permiso para las niñas, lo cual ha ayudado bastante para que se forme la “red comunitaria de mujeres defensoras”, a como ella le llama al grupo de niñas lideresas que está formado en Pochomil y Masachapa.

Fundecom tiene presencia en la zona desde hace 20 años, pero solo ha trabajado con mujeres adultas en Villa El Carmen, siempre dentro del municipio de San Rafael del Sur. Desde hace tres años lo hace con mujeres jóvenes en Pochomil y Masachapa.

Vega explica que el trabajo social se hace más fácil cuando son niñas enseñando a otras niñas cómo prevenir la violencia y en ese sentido las niñas lideresas están realizando una excelente labor en la zona. Ella no le llaman “trabajo”, porque no perciben un salario, sino que le llaman “participación”.

Poco a poco el programa está llegando a las madres y los padres, porque son estos últimos quienes a veces tienen la mentalidad de que sus hijas deben de buscar un hombre adulto que les resuelva la vida económicamente. Hay historias que demuestran cómo poco a poco los padres van adquiriendo conciencia.

La socióloga Maryce Mejía explica que esos poblados playeros propician doblemente la vulnerabilidad de las mujeres, especialmente de las niñas y adolescentes.



Una niña relató en las capacitaciones que una vez le contó a su padre que vio a una mujer maltratando a su niño y el papá le dijo: “La hubieras grabado, para eso tenés celular, para que haya pruebas de eso”.

Vega indica que esos son ejemplos sencillos pero significativos, porque en Pochomil y Masachapa está arraigada la cultura de que “golpear es normal para que los niños aprendan” y ya los progenitores se están dando cuenta de que eso no es así. De esa manera, se irán haciendo cambios en la mentalidad de las personas en la zona respecto a la violencia en todas sus modalidades.

Vega comenta que ella también se inició cuando tenía 15 años de edad en el tema de la prevención de la violencia, en Fundecom. Recuerda que desde pequeña veía cómo la afectaba el entorno machista, pues las niñas siempre quedaban en casa realizando quehaceres mientras que a los niños les permitían salir a la calle a verse con sus amigos. “La desigualdad me motivó a interesarme en estos temas”, dijo Vega.

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Naydeling Gago, Fernanda Gabriela García y Angélica Medina no han llegado a los 18 años de edad, pero ya han tenido novios. Dicen que sus noviazgos han sido tranquilos, con excepción de Angélica, quien confía que la celaban mucho.

Sin embargo, ellas se muestran contentas de que ya tienen conocimiento de cómo evitar la violencia en sus vidas y siguen aprendiendo. Las tres hacen énfasis en que ya han aprendido que su futuro no tiene que ser convertirse en ama de casa o “juntarse” con un hombre adulto por una “costumbre” impuesta por la pobreza y el machismo. Que deben prepararse bien antes de formar un hogar.

Angélica confiesa que antes de aprender a reconocer la violencia probablemente hubiese dicho que "sí" si un hombre adulto le habría pedido que conviviera con él como pareja, pero ahora, admite, que no se deja manipular por nadie.

Al respecto, la socióloga Maryce Mejía indica que participar en un espacio como el de Fundecom, a las adolescentes les está propiciando a ver la vida desde otra perspectiva, una en la que la violencia no es normal.

Las mismas adolescentes se encargan de que las demás chavalas de su entorno lo aprendan, rompan el ciclo del abuso y la violencia que no las deja soñar.

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Angélica Medina dice que no es que no se llevaba bien con su mamá Alejandra Artola, de 43 años de edad. Sino que sentía que su progenitora la iba a regañar si le contaba los problemas que vivía a su edad.

Ambas, madre e hija, tuvieron que pasar un proceso de “recuperación emocional” para poder establecer una relación de confianza que les permite, en la actualidad, conversar abiertamente de sus “cosas de mujeres”.

Al principio, cuando Angélica Medina entró al programa, la mamá era poco consciente de la importancia de lo que su hija estaba aprendiendo. “Se mostraba indiferente cuando visitábamos su casa. Pero la señora se fue abriendo poco a poco”, cuenta Celia Vega, la mujer que ha ayudado a empoderar a estas niñas y adolescentes.

Ella explica que la buena relación y comunicación entre padres e hijos es una de las mejores maneras que existen para que se prevenga cualquier tipo de violencia contra las niñas, especialmente en zona como Pochomil y Masachapa, zonas turística sensibles a los abusos sexuales, y donde la pobreza condena a repetir ciclos de violencia entre las niñas y adolescentes, impidiéndoles también acceder al sistema educativo

Angélica Medina, Naydeling Gago y Fernanda García se han convertido en ejemplo de cómo se puede trabajar la prevención de violencia contra las niñas. Y, mejor aún, están ayudando a otras a identificar y enfrentar las situaciones de violencia que a diario se viven en Masachapa y Pochomil.

*Este reportaje forma parte de la cobertura especializada Las Niñas Cuentan. Lea aquí más reportajes.