Las madres lloran: Las heridas abiertas del 30 de mayo
El día de las madres desde hace cuatro años no se olvida en Nicaragua, porque vieron salir a sus hijos de su casa a una manifestación pacífica y horas después los recibieron en ataúdes.
- May 29, 2022
- 09:42 PM
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Francisco Javier Reyes Zapata esperó a que su madre, doña Guillermina Zapata, saliera del baño para felicitarla. Eran las 6:22 minutos de la mañana del 30 de mayo (Día de las Madres) de 2018. La abrazó. Ella por su lado le hizo un reclamo inesperado. “¿Por qué siento triste este abrazo?”, le dijo. “¿Pasó algo?”. El solo meneó la cabeza. “Nada”, le respondió.
Como en uno de esos videos únicos y de corta duración, doña Guillermina dice que “le da play en su mente, una y otra vez” a ese recuerdo. A veces se molesta con ella misma porque cree que si llegó a sentir algo en aquel abrazo, debió su corazón de madre advertirle la tragedia que se le vendría encima ese día.
Francisco Javier fue asesinado casi diez horas después en la marcha del Día de las Madres, la que opositores al régimen Ortega-Murillo bautizaron como la “Madre de todas las marchas” en apoyo a las madres que perdieron a sus hijos como consecuencia del estallido social de abril de ese mismo año.
Doña Guillermina dice estar segura de que ni su hijo, ni ella, imaginaron que otras balas asesinas disparadas por los mismos gatilleros, que arrebataron hijos a aquellas madres por las que marchó Francisco Javier y más de la mitad del país, agregarían sus nombres a la lista trágica de nicaragüenses que hace cuatro años perdieron algo o todo a la vez. “Nos destrozaron el alma y echaron sangre sobre un día sagrado. Difícil olvidarlo”, dice la madre a DESPACHO 505.
LA CANTATA Y LA AMENAZA: ¡PLOMO!
El 30 de mayo de 2018 el país amanecía con 76 muertos según un informe entonces preliminar de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, que se había instalado unos 15 día antes en el país para investigar en el terreno las violaciones a los derechos humanos, tras tres peticiones de ingreso que el régimen de Daniel Ortega había negado el 26 de abril, el primero y el 11 de mayo, pero a la que finalmente terminó cediendo.
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Irónicamente fue ese mismo 30 de mayo, que el régimen también firmó el acuerdo con el que se conformaría el Grupo Independiente de Expertos Internacionales, GIEI, que después presentó un informe demoledor de la masacre y otros eventos que ocurrieron tras la rebelión cívica de abril. Su dedo acusador apuntó al régimen Ortega-Murillo como los responsables de una matanza que a cuatro años sigue doliendo en todo el país.
Antes de la “Madre de todas las Marchas”, cuatro grandes marchas habían recorrido la capital y se replicaron en todo el país; dos habían ocurrido en abril y dos en mayo, pero ninguna será recordada como la del 30, la quinta, la más dolorosa.
En todas se exigió el fin de la era de un Ortega que llegó como un guerrillero al poder y se ha enquistado como uno de los peores dictadores de América Latina, según calificación del analista Santiago Cantón, de Diálogo Interamericano. “Ha ordenado disparar contra gente desarmada, una barbaridad”, acusa el experto.
Antes de aquel 30 de mayo, en las redes sociales de los seguidores del régimen, comenzaron a compartirse mensajes amenazadores, bajo una campaña que denominaron “Plomo”. En el lenguaje de los fanáticos orteguitas la palabra son siglas de la consigna “Patria libre o morir”, pero también, es la amenaza de usar balas contra sus adversarios. Después de ese día, quedó como una amenaza de muerte contra los opositores que persiste hasta la fecha. Pero ese día, un día como hoy de hace cuatro años, detrás de ¡Plomo!, el régimen escondía un funesto plan.
Primero fue un furibundo Gustavo Porras llamando a que ningún sandinista se quedara en casa. “Hay que tomarse las calles”, dijo como si hablara de un derecho con el que el orteguismo nació y después fue Rosario Murillo, “suavizando” las amenazas de su diputado, anunció que ese mismo día tendrían lo que llamó “una cantata de amor en honor a las madres”. Del lado de los opositores no hubo un solo paso atrás, la marcha por las Madres de Abril iba. Y fue.
PRIMERAS DETONACIONES
Yadira Córdoba lamenta no haber cedido a la petición de su hijo Orlando Aguirre Córdoba, que desde la mañana de ese día le insistió en que fueran a la marcha para apoyar a las Madres. “Debí haber ido”, dice al hablar con DESPACHO 505 desde su exilio forzado en el que vive desde hace tres años. Cree ahora, cuatro años después de la masacre, que si hubiera estado ahí habría protegido a su hijo. “No se cómo”, dice, “pero algo podría haber hecho”.
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Pero las imágenes del ataque tomadas con teléfonos celulares y cámaras de televisión recogidas en los reportes de la agresión, muestran que Yadira muy poco pudo haber hecho, más allá de protegerse ella misma de los disparos lanzados contra las Madres de Abril y contra quienes llegaron a mostrarle su apoyo y solidaridad por los hijos muertos hasta esa fecha.
Córdoba no imaginó que el nombre de su hijo contaría entre la lista de víctimas del ataque de ese día. Ella se había quedado en casa y le dio consentimiento a Orlando para que asistiera a la marcha con algunos jóvenes de la iglesia que la familia visitaba.
Las Madres de Abril convocaron a la marcha las 2:00 de la tarde en la Rotonda Jean Paul Genie. De allá saldrían hacia la Avenida Universitaria y cuando estuvieran frente a la Universidad Centroamericana, UCA, los asistentes leerían un manifiesto en apoyo a las madres, pero, aunque lograron llegar, las balas impidieron la lectura del documento.
A esa misma hora, en otro punto de la ciudad, en la Avenida Bolivar los simpatizantes de Ortega lo aguardaron también desde las 2:00 de la tarde. Ese día el dictador dio un discurso breve, pero revelador de las intenciones que muchos relacionan a lo que vino después. “Nicaragua nos pertenece a todos y aquí nos quedamos todos”, dijo ante sus simpatizantes, cuya asistencia no llegó ni a la mitad de la cantidad de gente que del otro extremo de la ciudad exigía que se fuera de poder.
A las 4:29 minutos, un río interminable de gente ocupaba la avenida universitaria, pasaba por la rotonda Metrocentro y doblaba hacia la carretera a Masaya. Eran tantos que los últimos, estaban cerca del punto donde comenzó; la rotonda Jean Paul Genie. Para que los de atrás avanzaran muchos doblaron hacia la Universidad de Ingeniería, UNI, cuando repentinamente comenzaron los disparos.
UN MIÉRCOLES ROJO
Una de las primeras balas impactó a Orlando Daniel Aguirre Córdoba en el tórax. Tenía tan solo 15 años. Todavía con vida, pero grave, los manifestantes lo trasladaron al hospital Dr. Fernando Vélez Paiz, donde murió algunos minutos después. Comenzaban así instantes de terror. “Yo miré las imágenes en televisión sin imaginar que mi hijo moría en un hospital, Esto ha sido duro”, dice su madre.
No habían pasado ni diez minutos cuando otra bala hizo que otro manifestante, Maycol Cipriano González Hernández, se desplomara entre la multitud que a esas horas buscaba como protegerse de los disparos. Maycol Cipriano sangraba del abdomen. Falleció a eso de las 7:14 de ese mismo día en el Hospital Vivian Pellas.
Maycol era primo de Jeyson Antonio Chavarría Urbina, quien había sido asesinado el 21 de abril en la ciudad de Ticuantepe. Por ese crimen que sigue impune hasta hoy, la familia se unía a las marchas. Paula Hernández, su madre, estaba muy atrás, cerca del colegio Teresiano. Lo vio temprano entre la multitud. “Fue la última vez”, dijo.
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Las veces que Guillermina marcó el número de celular de su hijo, nadie levantó. Ella estaba por la Rotonda Cristo Rey ese día y habían acordado verse al final de la marcha para volver juntos a casa. Los nervios le habían estallado con la noticia de los disparos. Sabía que su hijo, quien la felicitó con un abrazo triste ese día en la mañana, estaba entre la multitud a la que habían atacado. Temió lo peor y lo peor llegó.
Uno de sus otros hijos le llamó para decirle que Francisco Javier había recibido un disparo. “A mi hijo me lo matan con un arma de grueso calibre y alguien que sabe disparar”, dice Guillermina cada vez que cuenta su tragedia. Su voz se quiebra al recordar ese 30 de mayo. “Ensangrentaron un día sagrado”, señala.
La bala que recibió Francisco Javier era, según el GIEI, un proyectil de alto calibre que le perforó la parte trasera del cráneo y le salió por el ojo derecho. Murió en el lugar y casi de forma inmediata. “Mire, esto ha sido un daño irreparable, algo que nadie olvida”, acusa la madre.
Jonathan Eduardo Morazán Meza, tenía 21 años. Estudiaba Diseño Gráfico en la Universidad del Valle y se contó junto a Orlando, Maycol, Francisco Javier y cuatro víctimas más, en una lista de asesinados en las inmediaciones de la UNI. A Morazán Meza, otra bala de alto calibre, le sacó de su sitio el tallo cerebral. Su muerte fue inmediata.
CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD
Los informes de organismos de derechos humanos registraron 19 asesinatos aquel 30 de mayo, ocho de los cuales ocurrieron en Managua, siete en Estelí, tres en Chinandega y uno en Masaya en el contexto de la “Madre de todas las marchas”.
El GIEI concluyó que de los ataques armados, en al menos uno hay evidencia comprobada que fueron perpetrados en forma directa por la Policía y por personas de civil que actuaron junto a los efectivos de esa fuerza. “Todo ello ocurrió en un contexto de confrontación y violencia propiciado contra la marcha de los opositores desde las más altas esferas gubernamentales”, acusó.
El régimen ha guardado silencio todo este tiempo sobre lo que pasó ese 30 de mayo. Las veces que sus fanáticos se refieren a él, es para contar al revés lo ocurrido. Su narrativa señala que los opositores atacaron a quienes asistían a su actividad en la Avenida Bolívar y que las víctimas se cuentan de su lado.
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En diciembre de 2018, Ortega expulsó al grupo de expertos de la CIDH. El 22 de ese mes la misión que integró al GIEI presentó en Washington el informe en que documenta la represión a las protestas ciudadanas en Nicaragua, del 18 de abril al 30 de mayo, y aseguran que Daniel Ortega “no solo es responsable político, sino que forma parte del mando institucional”.
Agregaron que la respuesta del Estado a las protestas “no fue algo no pensado, fue intencional”. Y más grave aún, señalaron que hay evidencias de “crímenes de lesa humanidad” que podrían llegar a la Corte Penal Internacional (CPI).
MADRES: SEGUIMOS EXIGIENDO JUSTICIA
Ni Yadira Córdoba, ni Guillermina Zapata, ni Josefa Meza, ni ninguna de las 19 madres que aquel 30 de mayo perdieron a un hijo ven en este día algo especial. “Si seguimos sin ver justicia por nuestros hijos, no hay Día de las Madres”, dice Meza.
A Córdoba se le ha hecho difícil vivir sin la alegría de Orlando. Dice que cada 30 de mayo es doloroso. “Muchos recuerdos”, agrega. Cuenta que ha visto a los amigos de su hijo y juega a imaginarse como se vería Orlando a los 19 años. “El problema es que termino llorando”, se lamenta. Ella también cree que los 30 de mayo dejaron de ser para los nicaragüenses, lo que antes fue. “Es un día para no olvidar eso sí, un día para exigir justicia”, reclama.
“Un día como hoy hace cuatro años corrió la sangre en Nicaragua y nunca vamos a olvidarlo”, dice por su lado Zapata. “Sangre y muchas lágrimas de madre y el llanto seguirá, hasta que los culpables paguen”, demanda.