En la madrugada del 8 de marzo de 2022, “Snayder” presintió que lo iban a dejar. Su mirada de tristeza lo decía todo. Vio que sus dueños estaban haciendo maletas y poco después comenzó a andar detrás, gimiendo.
“Snayder”, es un perro labrador grande de cinco años de edad. Su dueño, el defensor de derechos humanos, Pablo Cuevas, pensó en llevárselo, pero sabía que adonde iba, Estados Unidos, no tendría una casa con espacio suficiente.
Cuevas tuvo que abandonar Nicaragua ese 8 de marzo por la madrugada debido a que estaba siendo perseguido por el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, por su labor en la defensa de los derechos humanos. Dejar a «Snayder» fue de lo más doloroso que tuvo que pasar en ese momento.
Ese perro enorme, de mirada dulce, que en tantas mañanas fue su compañero de caminata y el que más se alegraba cuando Cuevas regresaba del trabajo, es una imagen que aún no se le borra a Cuevas.
LOS GATITOS DE MARTHA
Martha Molina dormía con la gata Misifú. Y si era Layoncito, otro de sus gatos, no se le despegaba. Tenía un blanquito, llamado Calico y otro color naranja, al que nombró Niko. Todos eran juguetones.
Cuatro gatitos tenía Molina y eran el complemento perfecto en su vida. En su cuenta de Tik Tok tiene muchos videos con ellos, porque le daban mucha felicidad.
La tragedia alcanzó a dos de ellos. El naranjito, Niko, murió de una sobredosis por error de un veterinario. El blanquito, Calico, lo mataron en un accidente. Solo quedaron la Misifú y Layoncito.
Molina, una abogada experta en transparencia y corrupción, tuvo que salir de Nicaragua hace dos años, también por la persecución del régimen de los Ortega Murillo, que no soportaba las críticas que ella aún hace por la corrupción persistente en la dictadura.
Peor aún, cuando Molina, muy católica, se dedicó a investigar los atropellos del régimen en contra de la Iglesia.
Los planes de Molina eran, y siguen siendo, aunque han pasado dos años, regresar a Nicaragua al lado de los dos gatitos que le quedaron, a los que dejó bajo el cuidado de su mamá.
Ahora, hay uno más en la casa, Morita, a quien Molina no conoce, porque la adoptaron cuando ya estaba fuera del país.
Lejos de casa, Molina aún llora por sus gatitos, especialmente cuando ve un video de Niko, quien murió trágicamente.
«Ha sido dolorosa no sola la separación de mi familia, sino de mis gatitos. Cumpliré dos años físicamente sin verlos, pero siempre me mandan videos y fotos de ellos. Estoy pendiente de todo lo concerniente a sus vidas», explica Molina.
Molina ha tratado de amortiguar el dolor adoptando a otro gatito en el exilio. Se llama Andy y es un hermoso gato gris, fachento, maravilloso, pero con costumbres distintas a los gatitos que dejó en Nicaragua, según lo describe.
A Andy le gusta bañarse, que le corten las uñas y por las tardes le encanta observar a los pajaritos. No le gusta que lo metan en cajas y su dieta está limitada a croquetas y atún. «Los de Nicaragua comen croquetas, pero también lo que encuentren mal ubicado en la cocina”, cuenta Molina entre risas.
«A veces mi mamá me llama y me dice que estaba cocinando, que dejó la comida sobre la mesa y llegó el gato y se la comió», comenta.
«Me encantaba jugar con mis gatitos en Nicaragua. Cada vez que me cuentan que les pasa algo, no puedo evitar llorar. Quiero traérmelos conmigo y posiblemente en el futuro sea una realidad», comparte Molina.
Un obstáculo para llevárselos con ella es que sabe que los gatos son territoriales y un cambio de hogar les afectaría el ánimo. «Sé que mi familia los ama y los están cuidando bien. Lo único que me queda es regresar al lado de ellos y espero que sea pronto», dice Molina.
«UN DOLOR EN EL ALMA»
Reina (nombre ficticio), una periodista nicaragüense que también tuvo que salir al exilio por la persecución del régimen de Daniel y Rosario Murillo, creció aprendiendo a amar y cuidar a los animales.











Al principio, había un perrito en su casa, pero después también hubo ardillas, pollitos y luego gatitos.
«Mis papás me enseñaron que los animalitos se cuidan. En mi casa siempre había al menos un perro», cuenta Reina.
Cuando llegó la edad de independizarse, Reina obtuvo su propia casa y lo primero que hizo fue llevarse a su perrito. Luego, la mamá se fue a vivir con ella y llevó otro.. «Mi mamá dice que así fue creciendo nuestro zoológico», recuerda entre risas.
Reina llegó a tener tres perros, tres tortugas y dos gatos.
Un amigo le regaló dos tortugas de tierra. A una, algún animal le picó y murió. Solo quedó la grande. Luego, Reina escribió un reportaje sobre la venta ilegal de animales y, para demostrar que se daba, en el marketplace de Facebook compró dos tortuguitas de agua. «Esas tortuguitas las venden ahí en Facebook», comenta asombrada.
Así, tenía un perro de 10 años de edad, que era el más apegado a ella, una perrita de nueve años y una más pequeña de un año. Todos de raza chau chau.
Había otra gatita, pero murió a los nueve años de edad, presumiblemente de cáncer. Tenía una pelotita en el estómago y la veterinaria no le daba mucho tiempo de vida cuando tenía seis años. Con muchos cuidados de Reina, la gatita vivió tres años más.
Cuando a Reina le tocó salir de Nicaragua, lo más duro fue dar en adopción a sus dos gatitos. En la familia de ella aman a los animales, pero no están acostumbrados a los gatos, así que los perritos quedaron con su mamá, las tortuguitas se las regaló a una sobrina y los gatitos se los entregó a una señora de edad.
La señora todavía llama a Reina y le cuenta que los gatos están bien, que no se le despegan y que son muy amorosos. Eso tranquiliza a Reina, en parte, pero ella quiere estar con todos sus animalitos.
«El exilio me obligó a desprenderme de mis mascotas. Tengo la idea de volver», dice Reina. Volver es la esperanza que no se pierde.
EL PERRO QUE LO HIZO GASTAR
Pablo Cuevas recuerda cuando compró a «Snayder». Sus dos hijos adolescentes lo querían. «Snayder» tenía seis meses de edad y Cuevas sabía que un animalito era para cuidarlo mucho,es por eso que le dijo a su esposa: «Estos chavalos no van a cuidarlo. Nos va a tocar a nosotros».
Y así fue.
«Snayder» era tan amoroso, tan vivo, que Cuevas se encariño rápido con él.
Dentro de la casa, Snayder era bien enojado, pero en la calle era bien sociable. Cuevas salía a caminar con él. Cuando personas amenazaban a Cuevas, por su trabajo en defensa de los derechos humanos, el perro lo cuidaba.
En una ocasión, durante unas reparaciones en la casa, Cuevas quebró bloques con un disco de metal y hacía mucho polvillo. «Snyder» resultó enfermo.
Lo llevaron donde un veterinario, pero Pablo Cuevas iba refunfuñando. «Este perro, tan grande, me va a dañar los asientos del carro», decía.
El veterinario dijo que «Snayder» tenía neumonía y que la atención más medicina costaba 3,000 córdobas. Además, hubo más gastos. Tenía que llevarlo dos veces al día, durante una semana, para que el veterinario lo inyectara.
«Qué barbaridad este perro. Ni yo me gasto eso», iba diciendo Cuevas cuando regresaba a casa.
Cuando Cuevas y su familia salieron de Nicaragua, se acordó de eso y supo que hubiera dado más dinero con tal de llevarse a «Snayder» con ellos.
CONSEJOS DE UN VETERINARIO
El veterinario Edgar Marcenaro brinda algunos consejos cuando se tiene mascotas y hay que irse del país de manera indefinida.
Primero, indica Marcenaro, una mascota es parte de la familia. Lo más sano es llevárselo con uno.
Si no se puede, o las circunstancias no lo permiten, tratar de dejarlo con un familiar con el que el animalito haya tenido contacto previo. No todas las personas están dispuestas a lidiar con un animalito ajeno.
Los mascotas se estresan cuando sus amos se ausentan. Hay historias, en el cine, por ejemplo, de animalitos que mueren en las estaciones de tren o en las tumbas de sus amos, esperando que regresen.
Ellos no saben por qué cambian de hogar, o porqué sus amos se fueron. Ver rostros nuevos los estresa.
Eso ocurre si sus amos los trataron bien. Si no, para el animalito es un alivio no verlos, y más si el nuevo dueño los trata de maravilla. Los que más sufren con esos cambios son los animales mimados.
PARA SACARLOS DEL PAÍS
El doctor Marcenaro señala que para sacar a un animalito del país, un perro, por ejemplo, el primer requisito es que esté vacunado y desparasitado, exento de cualquier enfermedad.
Las vacunas tienen que ser suministradas al menos seis meses antes de sacarlos del país.
Luego, hay que llevarlo donde un médico veterinario que esté certificado. Es decir, es un veterinario autorizado para avalar el estado de salud de un animal que será sacado del país.
A ese documento se le llama certificado de exportación. Solo hay que brindar toda la información pertinente y ese médico se encargará del resto. El certificado se obtiene en el aeropuerto.
