Una mujer relata que en la morgue les impidieron ver el cuerpo y les pidieron «calcular» la forma de su mamÔ viendo la bolsa negra desde lejos. En Guatemala los familiares de fallecidos por Covid-19 son obligados a despedirse de bolsas y de cajas de madera en un proceso fugaz.
Guatemala- La entrada del cementerio de La Verbena, designado por el Gobierno de Guatemala para fallecidos a causa de la COVID-19, se nutre de carrozas fúnebres estacionadas enfrente, a la espera de tramitar el ingreso de nuevos cadÔveres para sepultarlos en las fosas destinadas para la pandemia.
La imponente reja que resguarda el cementerio, ubicado en una zona roja en el oeste de la capital guatemalteca, es ahora una barrera impenetrable para los seres queridos de aquellos que perdieron la vida contra el virus, ese que ha dejado 547 fallecidos y 13,769 contagios en total, según la última actualización del lunes por la noche.
No hay funerales. La despedida debe hacerse en plena calle, con la suficiente distancia del auto que transporta el fĆ©retro. La angustia es una constante frente a la necrópolis, famosa por haber alojado a los muertos sin reconocer y por resguardar fosas comunes de vĆctimas del Estado durante el conflicto armado guatemalteco y que ya han sido estudiadas por antropólogos forenses.
LOS PROTOCOLOS

Efe constató en apenas tres horas de la maƱana del lunes en el cementerio la llegada de una decena de carrozas, en su mayorĆa acompaƱadas por sus familiares. Entre los vehĆculos, uno procedente del Seguro Social llegó con un cuerpo denominado XX, al no haber sido reclamado por familiares en el estricto perĆodo de seis horas para el manejo de cuerpos vĆctimas de enfermedades emergentes infecciosas, como lo determina el Ministerio de Salud.
Según cifras oficiales de dicha cartera, solo el lunes 16 personas perdieron la vida a causa de la COVID-19, aunque los datos de la cartera sanitaria han sido cuestionados por la sociedad civil y algunos congresistas de la oposición que han señalado variaciones y cambios en los datos totales, es decir un subregistro. E incluso el propio Ministerio ha reconocido haber repetido cifras en una oportunidad.
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La portavoz de Salud, Julia Barrera, asegura a Efe que el cementerio ha recibido (hasta el 11 de junio, segĆŗn la Ćŗltima información recibida) 153 cuerpos (111 masculinos y 42 femeninos) y afirma que solo llegan allĆ fallecidos Ā«que no son reclamados por familiares o los familiares carecĆan de un lugar para inhumarlosĀ», pero la realidad contradice al protocolo.
En las afueras del cementerio, un hombre enlaza su teléfono móvil a una video llamada con un familiar para despedir al cuerpo de su mamÔ, que yace dentro de una camioneta. En la otra mano, sostiene una toalla para secar las amargas lÔgrimas y el coraje contenido.
LAS DESPEDIDAS

Otra familia interrumpe a lo lejos la despedida al llegar a La Verbena detrĆ”s de un vehĆculo funerario, que lleva altoparlantes en el techo y que resuena en todo el vecindario. Del auto particular desciende una mujer con sus dos hermanos menores y con su esposo. EstĆ”n aĆŗn confundidos por lo que acaba de pasar pero deben despedir, en esas condiciones sórdidas, a su madre, de solo 49 aƱos.
Ā«La semana pasada mi mamĆ” tuvo sĆntomas respiratorios. Pensamos al principio que era una sinusitis pero el sĆ”bado la tuvimos que llevar al hospital porque tenĆa fiebres muy altas y decĆa que le costaba respirar. Nos la entregaron ayer (domingo) fallecida y nos dijeron que era por posible COVID-19. No le hicieron la pruebaĀ», dice la hija mayor, que prefiere no identificarse.
En la morgue del hospital general San Juan de Dios, uno de los dos mĆ”s grandes del paĆs, tambiĆ©n los obligaron a llevar a su madre a La Verbena, pese a no tener una confirmación de ser positiva por coronavirus, aunque todos los sĆntomas conducen a ello.
Ā«Nosotros querĆamos enterrarla en otro cementerio, pero no nos dieron permiso. Tampoco nos dijeron quĆ© hacer a nosotros, si nos ponĆamos o no en cuarentena y nosotros de manera individual lo haremos, pero sin ninguna informaciónĀ», sostiene la mujer.
AdemÔs, en la morgue también les impidieron ver el cuerpo y les pidieron «calcular» la forma de su mamÔ viendo la bolsa negra desde lejos. Los familiares son obligados a despedirse de bolsas y de cajas de madera en un proceso fugaz. No hay tiempo para asimilar nada.
Otro hombre junto a su esposa vivió la misma situación. Su padre, de 78 aƱos de edad, llegó hace cinco dĆas a la emergencia del San Juan de Dios por una diarrea intensa y Ā«nos lo entregaron asĆ, confirmado por COVID-19, en una bolsa negraĀ».
Del sureƱo departamento de Escuintla llegó otro cuerpo que, segĆŗn el personal de la funeraria que lo transportaba hacia el cementerio, llevaba dos dĆas dentro de la carroza. La familia llegó una hora mĆ”s tarde, hacinada dentro de un taxi para decir adiós en la puerta de ingreso de La Verbena.
A unos seis kilómetros de distancia de dicho cementerio, afuera de la morgue del hospital San Juan de Dios, ubicado en el centro histórico de la capital guatemalteca, siempre hay decenas de personas aguardando por información de sus pacientes.
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En una de esas funerarias cercanas al hospital, llamada La Resurrección, el trabajador Sergio Andrade, de 56 años, ve al cielo caer frente al negocio, en el que estÔ desde hace 14 años, aunque asegura que tiene 40 de trabajar en lo mismo: el trabajo con los cuerpos egresados del San Juan de Dios.
La Resurrección reciĆ©n hace cuatro dĆas comenzó a trabajar en casos de COVID-19, tras sacar todos los permisos requeridos por la autoridad. Las ventas de la funeraria aumentarĆ”n. Ā«AquĆ tenemos de todo, pero la caja que mĆ”s se llevan es la económica, de 2.800 quetzales (mĆ”s de 360 dólares). Nos estamos preparando para esto, que parece algo de nunca acabarĀ», avisa.
