Gritos y golpes, una forma de crianza que marca la vida de las niñas
Entre los 7 y 12 años es cuando más se sufre violencia física dentro del núcleo familiar. En Nicaragua 7 de cada 10 víctimas son niñas. Alertamos sobre el impacto para toda la vida adulta de las agresiones en la primera infancia.

- October 10, 2022
- 08:56 PM
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Una niña se paraliza ante la figura desafiante de una mujer. Le grita improperios, la amenaza con matarla y la golpea. La pequeña, vestida de camiseta rosada y pantalón azul, está reducida, acorralada, mientras su mamá enfurece más y llega al extremo de pegarle bofetadas hasta lanzarla al suelo, para luego rematarla con una patada que hizo salir por los aires a la pequeña.
La violencia quedó registrada en un video de más de un minuto que se viralizó en redes sociales hace un año. La mujer de Bilwi, en el Caribe Norte, violentó a la pequeña como “castigo” por una comida que aparentemente se comió sin su permiso: “¿Por qué no se lo tragó todo?”, decía, mientras le profería palabras que seguramente marcarán a la niña para toda la vida.
— ¿Estás viendo quién está recibiendo los fajazos? ¿Estás viendo?, le dijo la mujer a la niña cuando intentó pegarle con una faja, que fueron recibidos por su otra hija, de unos tres años de edad.
— Sí mamá, contestó la niña con una voz quebrada por el miedo.
Esa escena es la muestra más reciente y visible de viejas prácticas que aún persisten en Nicaragua contra niños y niñas, con el supuesto fin de corregirlos. El maltrato infantil, ejercido por los padres y que se produce como castigo, es un mal que “se justifica racionalmente como si fuera algo necesario o inevitable”, advierte un documento del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
Este problema no es propio de Nicaragua, pues cerca de 300 millones de niños de entre dos a cuatro años en todo el mundo (3 de cada 4) son habitualmente víctimas de algún tipo de disciplina violenta por parte de sus cuidadores; 250 millones, es decir, alrededor de 6 de cada 10 son castigados con medios físicos. Sobre la base de datos obtenidos de 30 países, entre ellos Nicaragua, 6 de cada 10 niños de 12 a 23 meses de edad están sometidos a algún tipo de disciplina violenta.
“A nivel mundial, 1,100 millones de cuidadores, más de uno de cada cuatro, dicen que el castigo físico es necesario para criar o educar adecuadamente a los niños”, según el informe de 2019 de Unicef.
Ese año, con apoyo de Unicef, el Instituto de Medicina Legal (IML) del Poder Judicial de Nicaragua registró que “al día, un mínimo de 41 niñas y niños viven violencia en Nicaragua y predominan las niñas y adolescentes mujeres como principales víctimas de la violencia con un 69.9%”.
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La situación no ha cambiado en el país, a pesar de que el Estado firmó, hace 30 años, la Convención sobre los Derechos del Niño. Así los castigos físicos contra menores de edad se suman a las violencias que sufren, como el abuso y femicidios, alertan los defensores. De hecho, #LasNiñasCuentan ha recogido al menos cinco denuncias de casos de violencia doméstica en contra de niñas en Managua, sin que pueda proceder más que con vía periodística.
“No se puede hacer nada, más que crear conciencia en los padres”, lamentan defensores.
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La mujer que fue grabada golpeando a su hija en Bilwi fue identificada como Keyli Robateau. Tras la viralización de las imágenes en las redes sociales fue detenida, pero liberada posteriormente por la Policía.
Al respecto, la coordinadora del Movimiento contra el Abuso Sexual, Lorna Norori, comentó sobre el hecho de que existen mujeres que consideran que sus hijos son un objeto de su propiedad y los tratan de una manera cruel, pero también considera que es “cruel” separar a la niña de la madre y afirma que las autoridades del Ministerio de la Familia y de la Policía Nacional deberían de actuar de otra manera.
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En marzo de este año consideró urgente hacer un abordaje especial con la mamá de la pequeña con expertos en temas de violencia. “Hay que ver qué es lo que ocurre con esta mujer, con su historia, con su vida, en términos de lo que le lleva a tener esta actitud hacia la niña. De inicio, la medida de separar a la niña de la madre obviamente sí se tiene que hacer, pero no puede ser nada más llevarla a ella a proceso judicial, echarla presa y que la niña pase a otra cualquier otra parte, no, esa no es ninguna medida adecuada. Eso es tan cruel, tan duro, como lo que está haciendo esta mamá con la niña”, expresó Norori.
Según Norori, lo que se debe de hacer es tratar la situación con cada una, tanto con la niña como con la madre; valorar las alternativas para ver si es posible que la mujer cambie su actitud hacia la niña, pero no enviar a la mujer a prisión y a la niña a cualquier lugar, porque necesita de su madre a pesar de la violencia ejercida sobre ella.
La niña también requerirá de un tratamiento especial, agrega Norori, que pone la mirada en la actitud inmovilizadora de la niña, lo que demuestra que los golpes podrían ser un factor recurrente. “Es obvio que esta persona (la mamá) ha tenido toda esta situación de maltrato hacia la niña de manera histórica. Se puede observar en la forma en que reacciona la niña, la forma en que se queda quieta, no corre, no busca ayuda, se queda ahí quieta, sabe que no puede ir a ninguna parte. Realmente la niña ya debe tener toda una condición de atrapamiento de estar ahí”, dijo Norori.
Desde la perspectiva de las especialistas, ese caso ocurrido en Bilwi, y que después se esfumó de la opinión pública, es el retrato de un problema que se profundiza en zonas rurales y empobrecidas del país. La pequeña golpeada por su mamá en esa región, demuestra las estadísticas planteadas por IML de que los niños que más sufren violencia son los que están entre los siete y los 12 años de edad.
Los hombres aparecen como los principales agresores, en ese rango de edad, según el IML. En cambio, en las edades más tempranas, es decir, antes de los siete años de edad, el agresor es tanto masculino como femenino. "Quiere decir que tanto papá como mamá están aplicando disciplina violenta en el hogar", explica el informe del IML.
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En el meme aparece un joven con cara de asustado y delante de él se puede observar un brazo, cuya mano sostiene una chinela. La imagen tiene dos leyendas. La primera dice: “Si te corrés vas a ver el diablo por un hoyito hijueputa”. Y la segunda reza: "¿Cuántos sintieron esa adrenalina cuando éramos niños?".
El gráfico es muy recurrente en las cuentas de redes sociales de nicaragüenses, aludiendo a que las madres nicaragüenses suelen quitarse las chinelas para pegarle a los hijos. Lo hacen especialmente cuando no tienen una faja u otro objeto cerca. El chavalo se les corre y la chinela se convierte en proyectil, se las tiran, porque ellas no pueden alcanzarlos. La violencia, también es ejercida por hombres.
En los comentarios a estos memes son numerosas las opiniones confirmando que la chinela es un buen método de castigo, algo que termina legitimando esa forma de violencia en contra de la niñez.
Otros métodos de castigo físico que los padres o madres suelen imponer a sus hijos en Nicaragua son, además del chinelazo, el ponerlos hincados de rodillas sobre trigos u otros granos, nalgadas, puntapiés, jalarles el cabello, golpes en el rostro, insultos, ridiculizarlos, agresiones verbales, enumeran expertos consultados para este reporte.
Hay padres que golpean a sus hijos con lo que tengan en la mano en el momento del castigo, así sea un machete, un martillo, un palo, un mecate, un alambre de electricidad, denuncian defensores de los derechos de la niñez en el interior del país.
Rosa, una mujer de 30 años, recuerda las veces que su mamá tiraba al piso el arroz que cocinaba cuando era una adolescente de 13 años, o los días en que la ponía hincada bajo semillas de maíz, y cargando una tuca de madera en plena calle de su barrio. La castigaba y la ridiculizaba por no saber cocinar y por no ser “inteligente” como su hermano mayor.
Ahora adulta, le sigue temiendo a su mamá, que acostumbra a vanagloriarse de esas formas de castigo contra ella. “Ella dice que mi abuela fue peor, que un día le dio con un palo en las manos porque le robó unos centavos de córdoba, que en aquella época valía mucho”, dice. Su mamá, ahora de 55 años, le exige que castigué a su nieta cuando no hace caso. “No voy a pegarle”, afirma.
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Especialistas en violencia en Nicaragua, que hablaron bajo anonimato debido a la persecución que en estos momentos sufren las oenegés por parte del régimen de Daniel Ortega, indican que muchas personas podrán pensar que la educación en la familia era mejor antes porque los padres eran más violentos y que en la actualidad los hijos están "descarriados" porque los padres son más permisivos.
"Eso es un error. La violencia de antes se manifiesta hoy de otra forma", dice un investigador social, quien casi a diario escucha testimonios de adultos que manifiestan haber sufrido maltrato en la niñez y cuyas repercusiones las han estado sufriendo conforme han ido creciendo y se han convertido en adultos.
Para estos investigadores sociales, la violencia de los padres hacia los hijos nunca ha debido ser, pero la misma tiene origen en el modelo patriarcal autoritario en el que la sociedad ha vivido, en el cual “los varones son superiores a las mujeres, los adultos son superiores a los menores, los hermanos mayores son superiores a los hermanos menores, los miembros de la familia son superiores a los que no tienen empleo”. Y así sucesivamente.
“La familia es una jerarquía, unos están arriba de otros. La familia es como una pequeña dictadura. No existe la libertad democrática en la familia, la libertad democrática que se quiere en la sociedad. Hay mucho menosprecio a los niños, no se les escucha”, expresa una de las fuentes.
Al respecto, el sociólogo Mario Sánchez señala que es un mito creer que antes la educación en la familia, o la crianza de los hijos, era mejor porque los padres eran más drásticos con los hijos en cuanto a castigo físico se refiere.
“En la escuela a mi me daban reglazos para que me aprendiera las lecciones y eso a mí más bien me bloqueba”, recuerda Sánchez Sánchez.
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En Nicaragua, los padres están acostumbrados a dar nalgadas a sus hijos como una forma de reprimenda, pero, en Estados Unidos, los médicos pediatras están aconsejando no hacerlo más.
Un artículo del diario The New York Times, señala que la Academia Estadounidense de Pediatría, compuesta por 67 mil médicos, recomendó a los padres no dar nalgadas a sus hijos y también piden que se eviten aquellos castigos que no son físicos pero sí son humillantes, amenazantes o que infunden miedo en los niños, como los gritos que recibía Rosa cuando no se lograba aprender las tablas de multiplicar.
“Una de las relaciones más importantes que todos tenemos es la relación entre nosotros y nuestros padres, y tiene sentido eliminar o limitar el miedo o la violencia en esa relación afectuosa”, dijo Robert D. Sege, un pediatra en el Centro Médico Tufts y el Floating Hospital for Children en Boston y uno de los autores de la declaración, indica The New York Times.
Según la publicación del periódico estadounidense, citando siempre a la Academia, “estudios recientes también han demostrado que el castigo corporal está asociado con un incremento en la agresión y hace más probable que los niños sean intransigentes en el futuro. Las nalgadas por sí solas están asociadas con resultados similares a aquellos de los niños que experimentan abuso físico, afirma la nueva declaración de la academia”.
Las nalgadas tendrían efecto en el cerebro. The New York Times especifica que “un estudio de 2009 de 23 adultos jóvenes que sufrieron exposición repetida a castigo corporal violento tenían un volumen de materia gris en un área de la corteza prefrontal que se cree desempeña un papel crucial en la cognición social”. “Aquellos expuestos a castigo violento también tuvieron un cociente intelectual de menor desempeño que el de un grupo de control”.
Como una alternativa a las nalgadas y otros golpes físicos, el pediatra Vincent J. Palusci, también citado por el diario neoyorquino, indica que la disciplina efectiva implica ser empático y “entender cómo tratar a tu hijo en diferentes etapas de su desarrollo para enseñarle cómo tranquilizarse cuando las cosas se vuelven difíciles”.
Palusci está especializado en abuso infantil y manifiesta que “recompensar el comportamiento positivo, usar tiempos fuera y establecer una relación clara entre comportamiento y consecuencias pueden ser estrategias eficaces”.
La Unicef ha lanzado advertencias, pues está bien documentado que las experiencias negativas en la primera infancia tendrán impacto para toda la vida adulta, es por eso que llama a acelerar y fortalecer los mecanismos de articulación interinstitucional que permitan aglutinar en un solo sentido las estrategias, prácticas de prevención de la violencia para no llegar tarde a la vida de las niñas y los niños.
“La sociedad entera aún está en deuda con la niñez”, apunta el informe de 2019. Como respuesta a las violencias considera que se deben impulsar programas que la prevengan en todos los tipos, con énfasis en nuevas pautas de crianza en la familia, cambios de comportamientos en la población adulta, en la comunidad y en la formación integral de la niñez”, agrega.
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La organización de la ONU además planteó necesario reforzar el trabajo de protección a la niñez por parte de las instituciones. “Es urgente, por tanto, continuar aunando esfuerzo para actuar de manera coordinada. Ninguna de las instituciones puede abordar este desafío de manera aislada”.
En Nicaragua se cuestiona al Ministerio de la Familia, Niñez y Adolescencia por ver para otro lado en momentos en que las niñas están enfrentando graves problemas como abusos y femicidios.
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Mayra miraba a su padre, matarife de oficio, casi siempre con un cuchillo en la mano. La familia vivía en los años ochenta en Acahualinca, cerca de donde estaba el botadero de basura La Chureca, y el padre era matarife.
Una vez ella escuchó que el papá había llevado a la casa "una verga de toro (sic)". Vio cuando lo estiró, lo hizo en hilachas y lo puso a secar bajo el sol durante algunos días.
Después supo por qué su papá había puesto a secarlo, pues fue con ese objeto que su papá le propinó una paliza que nunca se le olvida. La “verga de toro”, la tajona, se convirtió en un instrumento de castigo en Nicaragua, usada frecuentemente en generaciones pasadas.
Mayra recuerda que sufrió mucho durante su niñez y adolescencia por el maltrato que le daban sus padres, físico y psicológico. Ya hasta cuando estaba entrada en años supo por primera vez qué era dialogar. Sus padres nunca platicaron con ella, no le preguntaron alguna vez cómo se sentía. Solo le hablaban para darle órdenes o para hacerla sentir mal. Le decían que era un problema, que no servía para nada.
Siendo una adolescente, a los 16 años de edad, se vio obligada a juntarse con un hombre para salir de su casa. Pero fue una decisión de la que se arrepiente. Tuvieron tres hijos y después, el hombre se fue.
La historia de Mayra aún se está formando porque ahora es ella quien le da maltrato a sus hijos, reconoce. “A uno de ellos, el menor, le quebré un palo de escoba en la espalda hace tres días”, cuenta.
Nunca ha ido donde un psicólogo o un psiquiatra, aunque admite que quiere hacerlo porque quiere dejar de repetir los errores que cometieron sus padres. “Soy muy violenta. No le aguanto nada a mis hijos. Con lo que tenga en la mano les doy. Y eso que ya están grandes. El menor tiene 19 años de edad”, señala Mayra.
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Las niñas que han sufrido violencia van creciendo sin sanar esas heridas. Casi nunca se percatan de lo que han vivido, especialmente de lo negativo.
La socióloga y psicóloga argentina Matilde Garvich, quien ha laborado en Costa Rica junto a familias con padres divorciados, en su libro ¡Pórtate bien! explica que dentro de las personas adultas existe "un niño interior".
"Ese niño que todos fuimos, formado, educado, muy a menudo incomprendido, maltratado, abusado por aquellas figuras significativas de la infancia. Ese niño que todos guardamos en nuestro interior pero que no escuchamos, que hemos acallado, olvidado. Descubrirlo y adoptarlo nos permite que junto a él podamos entender cómo nuestros conflictos de hoy son versiones actualizadas de un pasado que nos hirió", expresa Garvich.
Esas palabras podrían explicar a Mayra sobre el porqué ella es violenta con sus hijos. También podrían ayudar a entender a Rosa porqué ella siempre se ha sentido "la empleada" de su familia. Y Mauricio podría conocer cómo enfrentar mejor la adversidad, especialmente si alguien está enojado con él.
Los niños que hoy están siendo violentados con castigos físicos innecesarios sufrirán mañana, de una u otra manera, los efectos de los mismos.
El documento Nuestras voces cuentan, del organismo Plan Nicaragua, indica que en el páis actualmente "el castigo físico se encuentra profundamente anclado en prácticas disciplinarias transmitidas de generación en generación que lo justifican como un método al que pueden recurrir las familias para corregir a sus hijas e hijos".
Este medio solicitó al Poder Judicial cifras actualizadas sobre denuncias de maltrato infantil ejercido por los padres, pero no hubo respuesta. Tampoco el Ministerio de la Familia, Adolescencia y Niñez (Mifan) ni la procuradora de la Niñez y la Adolescencia, Victoria Alvarado, aceptaron hablar sobre medidas que toma el Estado ante estas vulneraciones de los derechos de las niñas y niños.
Un documento de Save the Children señala que “el mensaje más poderoso y generalmente involuntario que transmite el castigo físico a la mente de un niño o niña es que la violencia es una conducta aceptable”. “Que está bien que una persona más fuerte use la fuerza para coaccionar a una persona más débil. De manera que una importante consecuencia del castigo corporal durante la infancia, es la agresión y el comportamiento delincuencial y antisocial durante la niñez y también, más adelante, en la adultez. Esta propensión a la violencia aumenta proporcionalmente según el grado de severidad del castigo”, alerta.
Dos trabajadores sociales explicaron a DESPACHO 505 que los niños crecen viendo los castigos físicos como algo normal, pero sin comprender que más adelante tendrá efectos negativos en sus vidas como baja autoestima, patrones de violencia, ansiedad, culpa, inseguridad, indecisión. Son resultados muy graves y negativos.
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A Dolores, un hombre de 60 años, le habría gustado ser un mejor padre. Lo dice porque se arrepiente de la dureza con la que castigó al primero de sus tres hijos, que en sus palabras era “malcriado, odioso y rebelde”.
Hay días en que lo martillan las imágenes de cuando lo agarraba a golpes con retazos de madera o, bien, con trozos de mangueras, cuyas señas quedan tatuadas en la espalda de su hijo. “Le pasé pegando casi toda su adolescencia”, dice.

Sin saberlo, reconocer, creó un “monstruo”. Su hijo, ahora de 34 años, ha llegado a recriminar, e incluso desconocerlo como padre. “Un día me quiso golpear, y yo soy culpable, crié a un hijo violento”.
Pero una socióloga que habla con este medio bajo anonimato señala que no hay una escuela especial para padres, pero sí hay instituciones que pueden ayudar a que los padres puedan aprender a ejercer bien su rol.
Para ella, los padres deben aprender a educar con amor. "Construir la democracia en el hogar", le llama.
"Los derechos humanos no están de la puerta de la casa para afuera. Los derechos humanos están dentro del hogar", explica. Y agrega: "El niño aprende viendo a sus padres".
En la familia democrática, señala otro sociólogo, todos los miembros son iguales y tienen los mismos derechos. “Hay buena comunicación, se dialoga para resolver los problemas, los ancianos y los niños no son excluidos de las tomas de decisiones, la educación no se basa sobre el miedo al castigo, los hijos adquieren valores por medio del buen ejemplo de los padres, entre otras muchas virtudes”.
"Crecer dentro de un hogar sin violencia no debería ser el privilegio de unos pocos sino una condición para todos", explica el sociólogo.
Mario Sánchez, también experto en Sociología, manifiesta que en los padres existe cierta "incapacidad para educar desde el amor, el cariño, la creatividad y la comprensión".
"Hay que inculcar valores en los niños. Enseñarles que los actos tienen consecuencias", explica.
Sobre los padres que a su vez fueron violentados cuando eran niños, Sánchez les aconseja que puedan superar esos traumas. "Uno reproduce la violencia cuando no se ha hecho el duelo", aclara.