Amanecer fuera de casa: la osadía de migrar a Costa Rica
La ruta hacia Costa Rica es una de las más económicas y menos peligrosas para huir de la crisis sociopolítica que asola a Nicaragua desde hace más de cinco años. Cruzando muros, caminando por el lodo, a pie, en moto y vehículo, así llegan los nicas a ese país en busca de una nueva vida.
- September 25, 2023
- 02:04 AM
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Allan siempre se resistió a la idea de dejar su país. En la familia compuesta por seis hermanos fue el más optimista desde que tienen memoria de él. Creen que el hecho de ser el “único estudiado”, le permite ver siempre “el lado bueno de los malos tiempos”.
Y así fue hasta que en octubre de 2019, el taller donde trabajaba como Tornero de Precisión, cerró definitivamente. El dueño vendió todo a un hermano para irse a Estados Unidos y el nuevo propietario no supo lidiar con la crisis que vive el país entero desde hace cuatro años. “Se vino a pique y con él, nosotros”, se lamenta Allan.
Allan estudió mecánica industrial en el antiguo Instituto Tecnológico Nacional, Intecna, de Granada cuando todavía lo comandaban los jesuitas. Era de los que creía que en su oficio son contados los buenos y dedicaba tanto esmero a cada pieza que elaboraba, que pensó que el mundo podía caerse y su mano de obra siempre sería demandada. “Es que hay pocos en este ramo”, explica. Pero se equivocó.
La plataforma de investigación en ciencias y políticas, Anuario Latinoamericano, señala en su versión digital que Nicaragua había perdido hasta octubre de 2020, 217.930 empleos formales como consecuencia de la crisis sociopolítica, tras el estallido social de abril de 2018. El trabajo de Allan se contó entre los perdidos.
EL DILEMA: IRSE O QUEDARSE
Pero no fue el único, ni el último cierre masivo de plazas que sufrió el país. Un año después, la pandemia por Covid-19, no solo mató gente en Nicaragua, también mató a empresas. “Fue el peor tiempo de todos”, dice uno de los hermanos de Allan. Al menos 43.000 nicaragüenses más, se vieron en su misma situación; sin trabajo. Muchos fueron enviados a casa, sin esperanza de retorno y con liquidaciones que serían en algunos casos y con mucha suerte, pagadas a plazos. Los malos días apenas comenzaban.
Uno de los últimos informes de la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social, (Funides) y que fue publicado en septiembre de 2020, antes que la dictadura lo cerrara, señaló que entre el 2018 y finales de 2019 por la crisis política y la pandemia por Covid-19, unos 222.000 empleos desaparecieron. La dictadura de Daniel Ortega, nunca ha admitido esas cifras, pero su ministro de Hacienda dijo en el primer trimestre del año siguiente, en marzo de 2021, que proyectaban recuperar al menos 50 mil plazas de las perdidas.
Igual que en todo el país, el optimismo a prueba de todo de Allan, desempleado formalmente, enfrentaría el peor de sus dilemas: irse del país o quedarse para intentar sobrevivir con “trabajitos” temporales como lo había hecho desde que dejó el torno. “Fui hasta caponero”, comparte para este reporte. “Las noticias dicen que miles se están yendo, pareciera el único camino”, admitió.
Según datos oficiales, el año pasado, 328.444 nicaragüenses dejaron el país en busca de los empleos que en el país no hay, 76.6760 se establecieron en Costa Rica y 181.566 cruzaron ilegalmente a Estados Unidos. Allan se contó también entre ellos cuando en julio pasado, decidió cruzar la frontera y cruzar a Costa Rica. Su optimismo se había desplomado.
VENCER EL MIEDO
A 45 kilómetros de donde vivía Allan, Víctor hacía números para llegar a la cifra que un “coyote” le cobraba para intentar la travesía hacia Estados Unidos. Dos hijas, una de siete años y la otra de dos, y su esposa, esperarían en casa a que todo saliera bien y pudiera trabajar para enviar dinero y volverse todos a reunir. Hacía dos meses que lo venía planeando, vendió una moto y su esposa un terreno que le heredó su madre en El Jicaral, León, donde construirían su casa alguna vez para vivir allá. Necesitaban juntar 4.500 dólares y pagar un boleto de avión a Guatemala.
Aunque para abaratar costos, muchos nicaragüenses llegan a Guatemala por tierra, “el coyote” le dijo a Víctor que aunque gastara más, ahorraría energía y tiempo, si viajaba por aire a Guatemala y a México en bus, donde le tendría gestionada una visa humanitaria que le permitiera moverse libremente para intentar el cruce cuando se diera la oportunidad. Víctor necesitaba 5.300 dólares para la travesía, 4.500 lo que cobraba el Coyote, 350 el pasaje a Guatemala y unos 300 dólares para comida y alojamiento para diez días si todo marchaba según el plan.
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Allan por su lado, renunciaría de plano a Estados Unidos como destino. No habría forma de conseguir un monto similar como el que le cobraban a Víctor. Pero el dinero no era todo el problema, las noticias de muertes por sumersión en el río Bravo, por descompensación en el muro fronterizo y otras zonas de cruce, de varios compatriotas, lo hicieron pensar en Costa Rica. “Hay menos peligro”, dice a DESPACHO 505.
A julio de este año, 53 nicaragüenses migrantes habían muerto en la ruta hacia Estados Unidos, entre ahogados en el río Bravo y víctimas de accidentes de tránsito. Según el portal de Datos Mundiales sobre la Migración de la Organización Internacional para las Migraciones, (OIM), publicados en 2022, en América Latina más de 6.200 personas que han muerto o desaparecido durante las travesías migratorias, de estas el 60% fueron documentadas en la frontera entre México y los Estados Unidos. Con esas cifras los temores de Allan, no son para nada infundados.
LAS RUTAS
El 22 de julio no se durmió en la casa de Allan. Desde hacía una semana venían definiendo por qué punto ciego sería factible cruzar a Costa Rica. Lo primero fue buscar “un coyote” de confianza, uno que no solo le garantizara el cruce, sino que no se tratara de una estafa y que no pusieran su vida en peligro.
Aunque el cruce a Costa Rica está a años luz de los peligros que rodean el intento de llegar a Estados Unidos, eso no significa que no los haya. “La verdad es que en esas trochas cualquier cosa puede pasar”, advierte “el chivo”, un “coyote” con mucha clientela en la ruta hacia ese país.
La advertencia tiene sustento. A Norma Saravia Rugama, de 51 años la esperaban el 30 de marzo del año pasado en San José, Costa Rica, pero sus familiares, solo supieron de ella cuando fue encontrada sin vida el 13 de abril de ese mismo año en un predio montoso en la reserva conocida como La Esperanza, en Río San Juan. A Saravia Rugama, la estranguló Jesús Reyes Sequeira, de 31 años, el “coyote” al que le había pagado para cruzar al país vecino. En la actualidad, Reyes Sequeira cumple una cadena perpetua por el femicidio.
Pero “El chivo” tenía buenas credenciales y lo había recomendado un amigo nica que vive en el municipio Desamparados, Costa Rica. Solían decir de él que entregaba su “paquete” muy puntual a las 7:00 de la mañana en la parada de Santa Cecilia, desde donde se aborda el bus hacia San José. La única condición era que “el paquete”,que es la persona que cruza, debe estar dos horas antes en Cárdenas o sea a las 5:00 de la mañana.
Allan descartó una ruta por San Carlos, porque debía embarcarse por el Gran Lago y nunca fue muy bueno para navegar. La ruta conocida como “la del muro” parecía la más viable por ser la más común. Los nicaragüenses no saben si reír o llorar cuando pasan por el famoso muro que en marzo de 2022, el dictador Daniel Ortega mandó a construir con las intenciones, según él, de contener las huidas de nicas hacia ese país.
El muro, que es una simple armazón de zinc de cuatro kilómetros de extensión, inicia en Peñas Blancas y termina en el cauce del río Cabalceta. No sirve para nada para contener el flujo de nacionales que huyen de la pobreza y la represión.
El 20 de noviembre de 2020, la Fundación Arias para la Paz y el Progreso Humano hizo público los hallazgos de la investigación denominada “Las caras del exilio nicaragüense: expulsados y vulnerabilizados” y en el que concluyó que en toda la franja fronteriza que divide a Nicaragua con Costa Rica, de unos 300 kilómetros, hay 51 “pasos ciegos” para cruces irregulares.
Allan no se atrevió a preguntarle a “El chivo” su nombre real. Creyó que como en las películas “entre menos se conoce al asesino”, menos peligro se corre y la vez que hablaron por teléfono la plática se redujo a que le mandara una foto suya, definir hora y punto de encuentro, monto que necesitaría para el viaje y la ruta: antes de que el sol saliera, debería estar en Cárdenas, Rivas.
AMANECER FUERA DE CASA
La casa de Allan amaneció triste ese día. A las 3:oo de la mañana partió. En Rivas un taxi lo estaría esperando para llevarlo a Cárdenas, exactamente cerca del parque. Había recibido instrucciones precisas que de dos retenes del Ejército de Nicaragua, el del último tramo sería el más difícil. Si le preguntaban sobre el destino debía decir que iba de visita a la finca de un familiar y que allá pasaría al menos una semana, con lo que justificaba las mudadas que cargaba en una maleta de 30 libras.
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Allan contó que los militares, que según la propaganda estatal “es el mismo pueblo uniformado”, no se identifican con eso para nada. “Son rabiosos y te hablan como si fueras delincuentes”, contó. El taxista que lo transportaba, le dijo que llevara su teléfono sin carga “por seguridad”, qpoco dinero y sobre todo que evitara que “los nervios lo delataran”.
En efecto, fue el segundo retén el que le dio problemas. Un militar no se anduvo con rodeos. Con una AK-47 colgada en la espalda le preguntó: “¿Pensás cruzar?”. “Cometés un delito y te podés ir a la cárcel”, le añadió sin esperar respuesta. Allan cumplió con las líneas del libreto, pero el militar dijo que no le creía. “Al final nos dejó ir, pero casi entro en pánico”, comentó.
A las 6:30 de la mañana, Allan conoció a “El Chivo”. Alto y vestido de forma despreocupada, tenía una barba desaliñada y anteojos oscuros. Lo saludó mostrándole su foto en su celular. “¿Estamos?”, le preguntó. “Estamos le respondió”. Cruzaron a pie un puente que une una orilla con otra del llamado estero de Cárdenas, un brazo de agua que nace desde la orilla del lago. Del otro lado, lo esperaba una moto. Allan tenía claro entonces que la travesía daba inicio.
Allan dice que por lo extraño del camino irregular que incluyó un trayecto por la costa del lago, le fue difícil calcular la distancia, pero en tiempo fue un tramo como de unos 20 minutos hasta llegar a una finca donde debió pagar 1.000 colones, un poco más 1 dólar con 50 centavos para atravesarla de extremo a extremo. “El coyote” lo esperó del otro lado de la finca. “Fue un trayecto largo y lodoso. Nos dijeron que rentaban botas pero que ya no habían disponibles. Caminé y los zapatos se me pegaban en el lodasal”, relató Allan.
Al llegar al otro extremo “El chivo” lo aguardaba. Montaron la moto de nuevo. Este nuevo trayecto fue por una carretera de varias curvas, con leves subidas y bajadas que incluyó un corte de camino para cruzar dos pequeños ríos, donde Allan pudo lavar sus zapatos llenos de lodo hasta los cordones. Al final del camino había otra cerca en la que tuvo que pagar otros 1.000 colones.
Al salir de ahí, “El chele”, otro “coyote” lo llevaría a la estación de buses. “El Chivo” cobró 6.000 colones por cruzarlo, unos 10 dólares y debía pagarle 15 dólares al nuevo guía que, según le explicó, lo llevaría por un trayecto donde no patrullan los oficiales de migración costarricense. “Ya estás del otro lado, pero estará más seguro cuando aborde el bus hacia San José”, le dijo.
“El chele” se movilizaba en un vehículo liviano de dos puertas que alguna vez tuvo brillo deportivo. El recorrido por esos lugares nada amigables para el sistema de suspensión de algún vehículo, lo hacía lucir como un modelo más viejo y destartalado de lo que era. En todo el trayecto que no superó los 30 minutos , “El chele” no paró de enviar y recibir audios de Whatsapp. En todos parecía predominar la palabra “despejado”.
A las 8:30 “El chele” daba por finalizada la operación. Allan estaba en Santa Cecilia, pero llegó tarde. Hacía una hora el primer bus se había ido y solo habría otro hasta la 1:00 de la tarde. Su costo es de 5.000 colones, unos 3 dólares con 50 centavos aproximadamente. Tenía hambre y sed.
Preguntó dónde comprar comida. Una mujer morena y ronca y que ofertaba mamones chinos, gaseosa y agua le dijo que le podía conseguir un servicio de pollo con yuca frita a 6.000 colones, unos 9 dólares. Le habían dicho que en Costa Rica todo es caro y no tardó en comprobarlo. La mujer le llevó el servicio, le agregó una soda de su venta y le dijo que por todo era 7.500 colones, unos 11 dólares, el costo de tres perros calientes en Nueva York. No estaba en Estados Unidos, estaba en Costa Rica, el país al que apostó un nuevo comienzo.