Monseñor Silvio Báez durante su última misa en Nicaragua, en la parroquia Nuestro Señor de Esquipulas, Managua. El prelado se encuentra exiliado. D505 / ÓSCAR NAVARRETE

MADRID, España — La mañana del 23 de abril de 2019, monseñor Silvio José Báez (1958) camina sereno por los pasillos del Aeropuerto Internacional de Managua con los ojos llorosos y el dolor de dejar Nicaragua, minutos antes de partir al Vaticano. Algunos trabajadores de las líneas aéreas le piden fotos como si se tratara de una estrella de rock. Accede. Luego avanza y un grupo de filarmónicos, como los que suenan en su Masaya, empieza a ejecutar Amigo de Roberto Carlos, mientras decenas de ciudadanos se le acercan y lo funden en abrazos.

Esa escena ocurre en el mismo lugar por donde llegó a Nicaragua en 2009, convertido en Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Managua por el papa Benedicto XVI, con la diferencia que para entonces nadie fue por él a la terminal aérea. Al país llegó un sacerdote Carmelita, extraño en estas tierras, que vivió por 30 años en el Vaticano. Él mismo reconoce que era un desconocido en la iglesia Católica por lo que tenía que presentarse en cada parroquia. Diez años después de haber regresado a su país le tocó partir: “Llevo el corazón hecho pedazos”.

Sin embargo, de ser un desconocido se convirtió en uno de los líderes religioso más seguidos, más que el propio cardenal Leopoldo Brenes. Su voz crítica, incomodó al poder desde 2009 y por 10 años llamó por su nombre al autoritarismo de Daniel Ortega. Báez fue víctima de la represión de la dictadura en 2018, en Diriamba, Carazo, cuando turbas lo agredieron en el interior de un templo. También hubo un intento de asesinarle y ante todos estos hechos, el papa Francisco decidió sacarlo de Nicaragua. 

“Yo nunca he confiado en Daniel Ortega, yo sabía que tarde o temprano esto iba a madurar en una dictadura”, revela Báez a Despacho 505, convencido que pese a la incertidumbre “lo que queda es no perder el espíritu de abril del 2018”. La gran tarea, subraya, es recuperar los objetivos de democratización y justicia. “No podemos construir la nueva Nicaragua sobre impunidad, no se puede pasar página simplemente”, apunta. 

El obispo, también habla sobre la decisión del Papa de enviarlo al exilio, cuenta del diálogo fallido en 2018, de la vez que pudo decirle en su cara a Ortega y Rosario Murillo: «Ustedes son los que están matando a la gente”.

A pesar, que en conferencia de prensa en 2019 dijo que partía al Vaticano, revela que todos estos meses los ha pasado entre Irlanda, Perú, España y Estados Unidos, con sus “hermanos Carmelitas”.

Usted cumple el próximo 30 de mayo 11 años de ser Arzobispo Auxiliar de Managua, ¿Qué cosas lo han marcado si partimos que llegó en momentos en que una dictadura se empezaba a instaurar en el país? 

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El nombramiento que me hizo el papa Benedicto XVI como Obispo Auxiliar de Managua fue una sorpresa que no me esperaba, pero fui a Nicaragua consciente que la situación era muy compleja y, conociéndome, sabía que iba a enfrentar situaciones que no iba a poder callar. Y efectivamente así fue. Estos años me han marcado por el amor de la gente, de la cercanía con el pueblo, el poder abrazar a las señoras, niños y jóvenes, el poder escuchar sus problemas… Eso a mi me ensanchó el corazón y me hizo abrir un horizonte nuevo en mi vocación. Me volví verdaderamente un pastor con el deseo de darme por mi pueblo. 

¿Y en relación con el tema político? 

Yo sabía lo difícil que era porque nunca dejé de estar en contacto con la realidad de Nicaragua. Llegué a Nicaragua sin ingenuidad. Desde que llegué me di cuenta que ahí se estaba gestando un poder autoritario, abusivo e ilegal, por lo que en mis primeros años de obispo comencé a denunciarlo. No me cansé de decir que esto nos iba a llevar a un desastre. Yo no necesitaba ser adivino para darme cuenta que esto iba a acabar mal. Un obispo no puede estar al margen de la realidad social y política, un obispo si no es profeta y no denuncia lo injusto, lo ilegal y lo contrario a la dignidad humana y del respeto a los derechos de la persona, pues no cumple con su misión.

Usted dijo en una entrevista que su aspiración era ser un “curita de pueblo”. Ahora vemos que se ha convertido en la voz de todo un país. 

Sí, mi vocación ha sido un camino lleno de sorpresas de Dios. Yo de seminarista quería ser un curita de pueblo, para eso entré a la Orden de los Padres Carmelitas. Sin embargo, al terminar mis años de seminario, mis superiores me dijeron que tenía que estudiar, prepararme en estudios superiores, así que hice la licenciatura y después el doctorado en Biblia. Cuando Benedicto XVI me nombra Obispo de Managua vi realizado mi sueño de seminarista, mi sueño de juventud, y al volver a Managua como obispo me quise comportar con la cercanía de un sacerdote de parroquia, así he tratado siempre a los sacerdotes de la Arquidiócesis de Managua, y con esa cercanía traté a la gente. 

Cuando me nombran obispo vi la posibilidad de realizar mis sueños de ser un curita de pueblo y mi ministerio episcopal, curiosamente viniendo de aulas y conferencias y publicaciones y del mundo académico; fue sorprendente al verme metido entre la gente compartiendo su vida, sus aspiraciones, denunciando las injusticias contra el pueblo, el atropello a los derechos humanos, denunciando la deriva autoritaria de este régimen actual.

Usted sabía que llegaba a un país con un gobernante que en la década de los 80 atacó y persiguió a la iglesia Católica. Me refiero al riesgo que implicaba señalar a Ortega.

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Lo sabía perfectamente. Yo no viví los años 80 en carne propia porque no estaba en Nicaragua, pero a través de mi familia y las noticias me di cuenta de lo que fue la dictadura de los años 80 y del ataque frontal contra la Iglesia y realmente fue muy duro. Yo sabía dónde llegaba y qué tipo de gobierno era. Yo nunca he confiado en Daniel Ortega, yo sabía que tarde o temprano esto iba a madurar en una dictadura.

Vamos a cumplir dos años de los sucesos de abril: 328 muertos, miles en el exilio, impunidad en los asesinatos, presos políticos, ¿Qué valoración puede hacer de estos dos años? 

Antes del 2018 ya sabía que era insostenible el camino del régimen orteguista en Nicaragua y tarde o temprano iba a ocurrir algún tipo de explosión social y política. Han pasado dos años de la Rebelión Cívica de abril 2018 y creo que abril de 2018 marcó la historia de Nicaragua. 

Nicaragua no es ni será nunca la misma de antes, el pueblo tomó conciencia de que era sujeto de la historia, de que era el pueblo el que podía y tenía que decidir la historia y futuro de Nicaragua. Se creó un espíritu nacionalista nunca antes visto, el cantar el himno, el ondear la bandera, la solidaridad que se creó, el sufrir por los muertos, heridos desaparecidos, exiliados, presos políticos; todo eso ha creado una conciencia de nación que no la teníamos antes, y por eso te digo que Nicaragua nunca más será igual que antes, entonces yo creo que de ahora en adelante lo que queda es no perder el espíritu de abril del 2018. La gran tarea que tenemos delante y que representa la fidelidad a abril 2018 es recuperar los objetivos de democratización y justicia, no podemos construir la nueva Nicaragua sobre impunidad, no se puede pasar página simplemente. Acá ha habido crímenes de lesa humanidad y quienes los cometieron tienen que rendir cuentas ante los tribunales de justicia. Abril de 2018 es imborrable en la historia.

El obispo Báez tras ser atacado en Diriamba por turbas orteguistas, en junio de 2018.

¿Cuáles fueron los momentos más difíciles que como pastor le tocó enfrentar durante los meses más duros de la represión?

El primer momento doloroso que viví fue el 19 de abril, por la noche, cuando murió el primer estudiante frente a la Upoli. Recuerdo que me puse a llorar frente al televisor y escribí un tuit que ahí está y dice: “Lo que me temía ocurrió, no debía morir ningún estudiante». 

Otro momento muy doloroso y difícil fue el 7 de junio cuando los obispos tuvimos un encuentro con Ortega y Murillo, cara a cara, y los obispos me pidieron que hablara en nombre de todos así que le pude decir en su cara a Ortega y Murillo «Ustedes son los responsables de que hayamos llegado hasta acá, porque si hubieran reaccionado de una manera dialogante, racional y pacífica, Nicaragua no estaría como está. Ustedes son los responsables, ustedes son los que están matando a la gente”. La gente estaba pidiendo que se fueran, ¿vos te podés imaginar lo que fue para mí el 7 de junio decirle eso en la cara a los dos? Fue muy impactante. 

Otro momento doloroso fue Diriamba. Cuando fuimos a la Basílica de San Sebastián me dolió mucho ver el odio que se reflejaba en la gente que estaba esperando a los obispos ahí. Nos estaban esperando para golpearnos, herirnos. Si hubieran podido nos habrían matado también. Me agarraban del crucifijo de la sotana y lo tiraban al piso, vi cómo me tiraban tomates y aguacates en la sotana blanca, y cómo me dieron golpes en el estomago que me hubieran podido botar. Hasta me hirieron en el brazo. No me dolió tanto lo que me hicieron, sino ver el odio en el rostro de los nicaragüenses. 

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También visitó Masaya en compañía del Nuncio y el Cardenal. De no haber llegado las cifras de muertos serían mayores.

Por lo menos evitamos la masacre ese día. Cuando entramos a Masaya la gente se arrodillaba desde sus casas, con el rosario en la mano, con imágenes de la Virgen, de Jesús, veían la llegada de los obispos como un signo de esperanza y esa imagen a mí no se me va a borrar nunca porque, además, es mi pueblo. 

Mencionaba el odio que vio en el rostro de los simpatizantes de la dictadura, en el caso de Diriamba. ¿Qué influencia tiene ese discurso promovido desde el gobierno, principalmente por Rosario Murillo?

En una dictadura se fomenta el fanatismo y el fanatismo es irracional, por eso hay gente que actúa por lo que le dicen, por lo que oye, están adoctrinados y no tienen capacidad de discernir, de pensar, de elegir. Indudablemente, el discurso de odio, lleno de agresividad y provocación violenta que promueve Rosario Murillo, y que inició el mismo 19 de abril por la noche en la radio, al decir todos los epítetos ofensivos, en mucha gente fanática trajo sus consecuencias y lo seguimos viendo hasta ahora, desgraciadamente. Estoy seguro que todas esas caras de odio y agresividad son frutos del adoctrinamiento y discursos ofensivos y violentos que ellos escuchan todos los días.

¿Cuál es su opinión sobre el discurso que difunde a diario Rosario Murillo y en los que manipula la religiosidad y la fe cristiana?

Esta manipulación de lo religioso la denuncié desde que llegué como obispo. Son intentos de usar la religión como sustento ideológico del poder y al mismo tiempo una forma de dominar y de tener influencia en un pueblo que es mayormente religioso. Me parece que es una blasfemia frente a Dios, porque un régimen criminal no puede estar pronunciando el nombre de Dios, es pronunciar el nombre de Dios en vano literalmente; el nombre de Dios vacío, sin sentido porque Dios es liberación, es compasión, es justicia y si no hay eso, pues pronunciar el nombre de Dios es una blasfemia. Ese es un discurso religioso vacío de Dios porque Dios es bueno, compasivo y justo, y eso este régimen no es.

¿Cuál sería el dios de esta dictadura?

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No es el mío, no es mi Dios, no me identifico con ese dios, yo en alguna oportunidad he dicho que yo creo que el Dios a quien veneran es el dios dinero, porque lo que mueve a toda esta dictadura es la ambición de dinero y por eso se mantienen en el poder.

Monseñor, ¿El Papa está enterado de la persecución que ha sufrido la iglesia Católica, la profanación de templos? ¿Cuál es la opinión de Francisco?

Sí, el Papa está informado de todo, el Papa conoce la situación y precisamente por eso me ha pedido que no vaya a Nicaragua y que esperemos con prudencia un momento mejor para volver, porque está consciente de la situación de Nicaragua y de los riesgos que corre la población y de la situación difícil de la Iglesia.

Monseñor Silvio Báez abraza en Masaya al padre Edwin Román. Minutos antes, la ciudad estaba bajo fuego.

¿Cómo valora la relación entre el Gobierno y la Iglesia? ¿Sabemos que hay una comunicación con el señor Nuncio, pero más allá de esa relación, hay alguna comunicación con la Conferencia Episcopal?

Creo que desde 2018 —cuando Ortega nos tildó de golpistas, terroristas y desató una persecución y agresión verbal y de calumnias e injurias contra sacerdotes, obispos y templos— la relación entre la Conferencia Episcopal y el Gobierno está bastante dañada. Creo que no es buena y es la situación que se mantiene actualmente. No es una comunicación fluida ni hay una cercanía que permita una colaboración recíproca o un entendimiento, me parece que son relaciones que han quedado muy dañadas. 

¿La comunicación, si acaso, será a través del Nuncio?

La verdad que yo no sé, yo te puedo hablar un poco más de la Conferencia Episcopal. No sé qué tipo de relación mantiene el Nuncio con el Gobierno.

A veces se tiene la impresión de que no hay unidad entre todos los obispos de la CEN…

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Yo tengo un año de no participar en reuniones de la Conferencia Episcopal, no tengo información de primera mano, pero hace un año, en febrero del 2019, los obispos tomamos la decisión de no participar en un segundo diálogo, después de la experiencia fallida del primer diálogo. Eso te demuestra un poco el tipo de relación que la Conferencia Episcopal ha optado. Rezamos por nuestras comunidades y el pueblo, y al mismo tiempo acompañamos pastoralmente el dolor, las esperanzas, tristezas y de la gente, pero participar directamente en diálogos o eventos de tipo político, no, ni siquiera como mediadores porque la experiencia del primer diálogo fue frustrante, nos encontramos con un interlocutor que no estaba dispuesto a dialogar ni ceder nada. Los obispos de la Conferencia Episcopal siempre hemos sido amigos y hemos estado unidos, aunque podamos diferir en aspectos prácticos de cómo y cuándo decir las cosas.  

Monseñor usted me decía al comienzo de esta entrevista que nunca confió en Ortega, pero cuando fue al diálogo vio algún gesto que le demostrara que había posibilidad de que Ortega y Murillo pudieran reflexionar sobre lo que estaba pasando.

El diálogo lo pidió Ortega al cardenal Brenes, y el cardenal Brenes eligió a dos o tres obispos para que estuviéramos presentes, aunque después se amplió el número de obispos. Yo desde el primer momento le dije que sí participaba, pero haciéndole ver que yo no creía en el diálogo y se lo dije a los obispos también. Yo no tenía confianza, yo sabía que eso iba a fracasar. Sabía a quién teníamos delante y que no íbamos a lograr nada, o sea, yo no fui al diálogo en modo ingenuo, yo sabía que íbamos a fracasar porque esta persona no iba a estar dispuesta ni a escuchar, ni a dialogar, ni a ceder nada y efectivamente el diálogo fue un modo de ganar tiempo para organizarse y reprimir con mayor violencia.

En Nicaragua nos quedamos pendientes con la misión en Vaticano por la que le llamó el Papa, cuéntenos cuál fue. 

El Papa no me llamó para ninguna misión, el Papa simplemente me pidió que no estuviera en Nicaragua por un tiempo. Durante este año he vivido en diferentes comunidades de mi familia religiosa de los padres carmelitas descalzos, he estado en Irlanda muchos meses, en España otros meses, he estado en Italia otros meses, estuve en Perú casi un mes y ahora acá en Miami. Es decir, he estado viviendo en distintos países. El Papa no me dio ninguna misión simplemente me pidió que estuviera fuera de Nicaragua. El Papa me ha dado todo su apoyo fraterno, afectivo, ha sido muy cercano, me he entrevistado con él en distintas ocasiones en privado, incluso en su habitación. No he tenido ninguna misión, ni ningún cargo, ni he estado en el Vaticano, yo he estado viviendo en la Orden de los Padres Carmelitas, en mi familia religiosa, en distintas comunidades.

¿Podemos hablar de un exilio?

El Papa usó esa palabra, yo nunca la había querido usar, pero fue él quien me dijo en una de las pláticas: “Este exilio no va a durar poco”. Recientemente también y casi en broma me dijo: «Bueno, un obispo del exilio», pero  él es quien ha usado la palabra exilio y sí, yo he estado en el exilio y me ha dado una gran paz la experiencia de Dios, el cariño de mis hermanos Carmelitas, el sostén del Papa que ha sido muy cercano y muy fraterno, pero quienes han estado y están en el exilio comprenden que siempre estar fuera de la patria es una situación no solo dolorosa, sino difícil, y yo he vivido las dos cosas. 

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En Nicaragua se llegó a decir que en su salida incidió el Nuncio, aunque también se mencionó que sopesó el intento de asesinato en su contra advertido por la embajada de Estados Unidos en Managua. 

A mí lo que me consta es lo que me dijo el Santo Padre: “No quiero que estés en Nicaragua, no quiero un obispo mártir más”. Lo que el Papa ha intentado durante este tiempo es salvaguardar mi vida y mi integridad personal.

El cardenal Brenes y el obispo Báez caminan entre barricadas, en Masaya.

La Iglesia ha dicho que apoya una salida pacífica y cívica, ¿cuáles son las vías que ve usted para que el país pueda acabar con esta crisis?

Sigo creyendo que es posible una salida pacífica, constitucional, democrática, pero para esto se requiere la buena voluntad del régimen, lo que veo muy difícil. En este momento hablar de elecciones supone en primer lugar la liberación de todos los presos políticos, restitución de todas las libertades ciudadanas que están confiscadas y una reforma total al CSE, si no se da esto es inútil ir a las elecciones en 2021. Creo que el camino es presionar al régimen, porque por sí solo no lo va a ofrecer. La oposición que se ha configurado en este momento tiene que arrancarle esta posibilidad, tiene que presionar para que esta posibilidad se dé. Hay que mantener la lucha pacífica, pero no esperar que del exterior o gratuitamente de parte del régimen nos va a llegar. El secreto está en que la oposición política que se conforme, recupere y mantenga vivo el espíritu de abril de 2018, que no se burocratice tanto y no se institucionalice tanto, que no se olvide la sangre derramada, que no se olviden los presos que están aún en las cárceles y todos los exiliados que hemos tenido que salir de Nicaragua. 

¿Esta presión qué implica para los ciudadanos nicaragüense y para la oposición?

El cómo, es muy difícil decirlo, ahí se necesita creatividad y mucha unidad y transparencia en el actuar, no me toca a mí decirlo porque son ya estrategias políticas, pero yo sigo creyendo en la presión política y el camino cívico para solucionar la crisis. Ya el cómo yo no te lo podría decir, porque no soy político, pero creo en el camino cívico y no violento. Como dije cuando salí de Nicaragua hace un año, a la luz de la resurrección de Cristo, Nicaragua crucificada va a resucitar.

¿Cree que el sector privado puede dar más de lo que ha hecho?

Todos podemos dar más, incluso el régimen podría y debería colaborar a una transición pacífica. Todos los sectores del país estamos llamados a colaborar para una nueva Nicaragua. 

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¿Qué opina de las sanciones internacionales contra la dictadura? 

Todo lo que la comunidad internacional haga por ayudar a la democratización de Nicaragua, el pueblo lo agradecerá, pero no basta, no esperemos que de fuera nos resuelvan los problemas. 

¿Cómo vislumbra a Nicaragua?

Sueño con una sociedad nueva en Nicaragua: una sociedad en la que reine la racionalidad, no el fanatismo, el saber pensar, el decidir con criterio, el respetar el pensamiento del otro; una sociedad en la que sea erradicada la crueldad, la violencia, la represión y la tortura; una sociedad con justicia social en la que todos podamos compartir lo que tenemos, lo que somos, es decir los bienes, ideas e intereses para el bien común, sin exclusión, sobre todo favoreciendo  a los sectores más pobres y olvidados. Me sueño con una sociedad en la que disentir o no estar de acuerdo con el poder no sea delito, porque solo así podremos colaborar entre todos a construir verdaderamente una sociedad democrática y justa.