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¡Que viva la Rebelión de Abril!

Si bien abril fue una rebelión que no logró cambiar las reglas del juego, no fue tampoco un esfuerzo perdido. El régimen se despojó de la piel de oveja con la que engañó a muchos. 

“Abril es el mes más cruel”, dice el poeta T. S. Eliot en su poema “La Tierra Baldía”. Para él, que vivía en un país con cuatro estaciones, ese verso señalaba una contradicción: Mientras la primavera florecía en abril, él sentía la crueldad del contraste entre su ser interior deprimido y angustiado y la naturaleza reverdeciendo.

Creo no equivocarme al afirmar que para la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo, abril siempre será el mes más cruel. En ese mes perdieron el poder que ellos querían: el poder de que el pueblo los aprobara, los celebrara e idolatrara. Ese, ya no lo tendrán. Para seguir en el poder no les queda más que repartir cárcel, castigo y muerte. 

A cuatro años de abril de 2018, aquel abril en que nos sentimos unidos como pueblo nicaragüense en nuestro deseo de cambio y nos rebelamos y resistimos y nos hirieron, nos mataron o debimos exiliarnos, no es posible dejar de analizar lo que se perdió o ganó.

Pienso que nos enfrentamos, ingenuamente, a un poder cuya decisión de aferrarse a la Presidencia y su capacidad de engaño no previmos. No debió haber sido, pero fue inesperada la reacción armada de Ortega y Murillo. No se esperaba que apertrecharan a los sandinistas históricos como paramilitares y los mandaran a tumbar las barricadas a cualquier precio. 

Se pensó más bien, ante la emoción de palpar la fuerza del poder popular, que la dictadura iba a ceder y hasta irse. Se creyó en ese grito multitudinario de “que se vayan” como si por arte de magia fuera a tener ese efecto. Se apostó a la idea de que se irían al mismo tiempo que se les decretaba un castigo ejemplar y se les hacía ver que una vez que perdieran el poder, el pueblo les pasaría la cuenta. Impulsados por la inesperada beligerancia de los jóvenes, percibidos hasta entonces, como apáticos, y las multitudinarias marchas, hubo quienes elaboraran escenarios fantásticos de un rápido triunfo y gobiernos de transición de papel. Era claro que se necesitaba un liderazgo para tantos vigores dispersos, pero nadie quería reclamarlo por miedo a que se le endilgaran ansias protagónicas. 

La sola insinuación de parte de este o aquel de liderar derivaba en ardorosas acusaciones y descalificaciones. Se hizo apología de la“autoconvocatoria”: se calificó como un fenómeno nuevo, extraordinario. Nadie habría podido en ese escenario reconocer otra autoridad que la propia. En esto fuimos exploradores de la autonomía y la democracia. Cada uno hizo y actuó como mejor le parecía. En Nicaragua sucedió lo de la primavera árabe: se demostró que el poder de las masas, por sí mismo y dejado a su libre albedrío, sucumbe por su propia dispersión. Incluso en los sitios donde se logró la salida de un tirano, como fue el caso de Mubarak en Egipto, la masa protagonista que se rifó y puso los muertos no pudo presentar una alternativa capaz de sustituirlo. Los partidos, las fuerzas organizadas se robaron el mandado. Suele suceder.

A la embestida militar, Ortega y Murillo, y sobre todo esta última, sumaron la propagación de una “leyenda negra” para descalificar la rebelión acusándola de ser una intentona de golpe de Estado financiado por el imperialismo.  Para cualquiera debió haber sido evidente que ningún golpe de estado se realiza con el tipo de espontaneísmo que privó en la insurrección de abril, ni se hace con morteros y quizás unas cuantas pistolas y armas artesanales. Si el “imperialismo” se hubiese involucrado, como se involucró en la guerra de la Contra en los 80, habría armado a la gente y ya ni Daniel Ortega, ni Rosario Murillo tendrían ese poder que tanto han defendido. Pero la “leyenda negra”, que ha repetido y sigue repitiendo el régimen ha sido una fabricación calculada y malévola, una propaganda destinada a sus bases para convencerles del fabricado “golpe de Estado”

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Se presentaron como ganadores, crearon un espejismo, pero veamos lo que realmente pasó. Frente a ese nivel de manipulación, el abril azul y blanco logró imponer la narrativa real del crimen y exceso de fuerza del régimen contra su propio pueblo. La denuncia a nivel internacional le ha costado a la dictadura la crítica y rechazo de todo el mundo democrático. Ahora sólo autócratas o tiranos guerreristas y deleznables los respaldan.

En la siguiente etapa de la represión y a pesar de esta, se organizaron fuerzas diferentes que, dada la decisión pacifista, apostaron por las elecciones de 2021. El régimen prohibió las manifestaciones, pero la gente esperaba las elecciones. Bien puede decirse que la derrota moral de la dictadura quedó evidenciada en el miedo que demostró hacia el voto del pueblo.

El clímax de ese miedo se produjo con los arrestos de junio y julio de 2021, con los que descabezaron la posibilidad de elecciones y los liderazgos políticos e intelectuales del país, además de cerrar medios de comunicación como La Prensa. El tratamiento despiadado e inmisericorde hacia los presos políticos, la muerte de Hugo Torres por efecto de las condiciones carcelarias socavó aún más el terreno sobre el que están parados los dictadores. Se saben sobre arena movediza. Saben que el pueblo rechaza esos métodos que ya creíamos no se repetirían jamás en nuestro país. Demasiados buenos nicaragüenses entregaron sus vidas para que no volvieran a suceder. 

De modo que abril, si bien fue una rebelión que no logró cambiar las reglas del juego, no fue tampoco un esfuerzo perdido. El régimen se despojó de la piel de oveja con la que engañó a muchos. Para todos, partidarios o no, queda claro que son dirigentes temibles, endiosados y dispuestos a todo. 

Como en el cuento infantil del traje del rey, abril los señaló con el dedo y los enseñó desnudos. Siguen en el poder, es cierto, pero ya no saben qué hacer para que no se les desmorone. Por eso andan dando palos contra todo el que los señale, acabando con las ONG, las universidades, vengándose burdamente con acciones mezquinas de las familias de los presos o de cualquiera que sospechen los desquiere. Son y seguirán siendo un poder fracturado, cojo y tuerto.

Como pueblo nos corresponde madurar, aprender de los errores, aprender que dispersos y cada uno haciendo lo que quiere no lograremos cambiar la historia.  La lucidez quizás tarde en llegar, pero no tengo dudas de que llegará. Los ídolos ya tienen el barro de sus pies resquebrajado. Sólo falta unir fuerzas.

*La autora es poetisa nicaragüense.

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