Hay dos cosas por las que Roberto Rivas siempre va a ser recordado: era el hombre que siempre le abultó el conteo de votos a Daniel Ortega para que ganara elecciones y porque vivía como un sultán en un país que sigue detrás de Haití en la lista de naciones más pobres de América Latina.

Roberto Rivas fue magistrado del Consejo Supremo Electoral (CSE) por 23 años y fue obligado a dejar la silla en ese Poder del Estado en medio de las llamas de un país que cogió fuego en 2018 y cuyas brasas se mantienen hasta hoy con una crisis que no parece tener una solución cercana. Rivas se fue del CSE el 31 de mayo de 2018, no como un esfuerzo inútil de Ortega para apaciguar la demanda de que dejara el poder, sino porque sancionado y arrastrando tanta corrupción, ya era difícil para el dictador mantenerlo más. Lo oficial es que renunció agobiado por problemas de salud, pero le sirvió bien al régimen desde el 2008.  

Nació en Managua el 6 de julio de 1954. Sus primeras apariciones en público lo hizo en su calidad de director Ejecutivo de la Comisión de Promoción Social Arquidiocesana (Coprosa), una organización ligada a la iglesia católica que en tiempos del cardenal Miguel Obando Bravo, (q.e.p.d), introdujo millones de dólares en mercadería que entraban exonerados bajo el supuesto que eran donaciones, pero que gente cercana a Rivas, aprovechó para compras lujosas. Así lo dejaron claro varias auditorías que una funcional Contraloría General de la República de 2003, publicó en los periódicos de esos años.

Así que Rivas hizo su debut público acusado de corrupción y continuó desafiando las leyes que regulan esa materia porque según analistas de esa época y de la actualidad, encontró en Obando Bravo, el padrino perfecto. La mamá de Rivas fue asistente personal del jerarca, lo que según los reportes periodísticos que han urgado en la vida del fallecido personaje, le facilitó su protección cuando los fiscalizadores de bienes públicos intentaron «cazarlo».

EL MAGISTRADO Y EL PADRINO

En uno de esos eventos de la política nicaragüense en que los ríos parecen cambiar repentinamente de caudal, dos viejos enemigos se reunían en público aunque con agenda secreta: Daniel Ortega y el cardenal Miguel Obando. Era el primero de octubre de 2002. El primero lideraba la oposición y el segundo empezaba a vivir su ocaso vencido por los años y la cercanía a dejar el poder que como Arzobispo de Managua le había concedido el Vaticano.

De lo que se habló en el encuentro nada se sabe oficialmente. Pero algo cambió en el cardenal Obando. De pronto se le empezó a ver en los eventos partidarios del sandinismo, una organización a la que se vio enfrentado durante los años 80 por sus abusos en Nicaragua, tal y como ocurre hoy con los jerarcas católicos y el mismo represor. Obando se volvió como el capellán de los Ortega-Murillo, hasta llegó a casarlos y oficiar misas privadas, solo para la familia. Ortega, claro, se volvió católico.

Rivas había sido nombrado magistrado del CSE en julio de 1995, a pedido del cardenal Obando. Nadie le negaría al religioso un favor. En el 2000, Rivas fue reelecto magistrado, a propuesta del Partido Liberal Constitucionalista (PLC) y claro, apoyado por la mancuerna sandinista en la que Arnoldo Alemán y Daniel Ortega se repartieron los poderes del Estado.

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A Rivas lo perseguían las consecuencias de sus desmames. En 2002 en tiempos en que Ortega y Obando “se reconciliaron” presunciones penales le pisaban los talones. De pronto todo se paralizó. Una resolución en la que lo sancionaban y que lo expondrían a un juicio por corrupto, fue echa pedazos y desde entonces empezó a gozar de la protección de Daniel Ortega.

El AMIGO RICO DE LA FAMILIA

Con Rivas al frente del CSE, Ortega se garantizó ganar todas elecciones que se organizaron en el país desde el 2006. Pero no fue todo. El exmagistrado abrazó a la familia Ortega-Murillo, al límite de que pese al conflicto de intereses en el que caían, dos hijos del régimen Maurice y Laureano, se hospedaron en una mansión del funcionario electoral en Costa Rica. Una investigación del diario La Nación de ese país, reveló las cualidades del inmueble de Rivas; una mansión en residencial Villarreal, en Santa Ana, nueve kilómetros al oeste de la capital, San José, un exclusivo lugar en el que no cualquiera puede vivir.

La millonaria propiedad de Rivas en España. Cortesía Confidencial

El diario también reportó que una empresa ligada a Rivas, Chibulú del Oeste S.A., mantenía registradas por lo menos cuatro casas en el mismo vecindario. A Rivas las autoridades de ese país lo acusaron de introducir en 2009 dos vehículos de lujo con placa diplomática y sin pagar impuestos, con el aval de su hermano, el ex embajador de Managua en ese país, Harold Rivas.

Lo que vino después fue más que escandaloso. Otras investigaciones periodísticas una de ellas de Confidencial y el diario El País de España, contó que Rivas vivía una vida de jeque petrolero también allá. Las indagaciones mostraron a un Rivas a quien le gustaba la buena vida en el país europeo, adonde viajaba en vuelo chárter por el que pagaba más de 160 mil dólares. También reveló que una empresa ligada a al exmagistrado, tenía registrado su domicilio en un chalet valorado en más de 11 millones de dólares, en un exclusivo barrio madrileño, con un alquiler mensual de hasta 14 mil 500 dólares.

Así que Rivas tenía jets privados, coches de lujo, mansiones veraniegas, casas en Costa Rica y una finca cafetalera en las montañas del centro de Nicaragua, todo eso con un salario de 5 mil dólares. Pocos pueden explicar tanto éxito del ex magistrado.

MALOS TIEMPOS, LLEGAN LAS SANCIONES

La Navidad de 2017 no solo le trajo regalos a Rivas y su familia. Todo pareció ir para atrás desde entonces. El Departamento del Tesoro de Estados Unidos, lo acusó de corrupción y fraude electoral y lo sancionó en cumplimiento de la Ley Global Magnitsky, en el marco de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC), por sus siglas en inglés.

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Ortega venía demoliendo la institucionalidad del país y Rivas fue una pieza importante para sus golpes a la democracia. La forma en que dictador respondió a las protestas civiles de abril de 2018, solo  empeoró su situación para él y sus colaboradores. En Nicaragua, han llovido más sanciones para sus operadores que agua en los últimos inviernos y el ex magistrado, en esa lista, no pudo vivir para amanecer un día sin ellas.

Su muerte fue lejos de las ciudades en las que vivía con lujos. Falleció en la ciudad donde nació, lejos del poder que un día ostentó y dejando la sensación que con las sanciones le llegó la desgracia.

Su hermano Harold Rivas puede ser la prueba de esa conclusión. El que fuera embajador de Ortega en Costa Rica por 11 años, despotricó contra el régimen que los Rivas defendieron y que tanto progreso les trajo. Fue en junio de 2020 en declaraciones a un medio Boliviano. Dijo que en Nicaragua, Ortega y Murillo escondían tendaladas de muertes por Covid-19 y peor aún, les llamó mentirosos al considerar que la rebelión de abril había sido un golpe de Estado. “Fue una rebelión ciudadana», dijo Rivas.