La estilista que convirtió el porche de su casa en un salón de belleza

La historia de Jarisa es la de decenas de profesionales del estilismo que son explotadas en Nicaragua. Se cansó de laborar en salones que no le pagan por su trabajo, por lo que decidió montar un negocio que hoy emplea a cinco personas.

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  • julio 05, 2021
  • 01:40 AM

“Ser estilista, es un trabajo difícil, muy agotador. Paso muchas horas de pie, calentándome las manos con el secado de cabellos y luego tengo que mojarme las manos para lavar y volver a secar a otros clientes. Hay personas que nos tratan con indiferencia y no tienen paciencia, pero a pesar de todo, amo ser estilista”, dice Jarisa Zelaya al relatar su jornada laboral, que comienza a las seis de la mañana con la preparación de los instrumentos de trabajo de su salón de belleza.

Desde su adolescencia descubrió su pasión. Recuerda que cuando miraba a sus tías aplicándose tintes en el cabello, les ofrecía ayuda y fue así que comenzó en el oficio del estilismo. Cuando le tocó entrar a la universidad, también empezó sus estudios en una academia de estilismo profesional.

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“Hice un pequeño rótulo y lo colgué en el porche de mi casa: “se corta el pelo, se hacen pies y manos. Así empecé a cobrar por mis primeros trabajos”, comenta.

Jarisa dice que no pudo terminar sus estudios en la misma academia, debido a los altos costos que conlleva. Un curso de estilismo profesional puede costar entre $40 y $60 dólares mensuales. Adicional, los estudiantes deben comprar los instrumentos desde el principio. A medida que el curso avanza, las academias les piden que compren kits o paquetes de materiales. La mayoría de esa materia prima, tiene un costo que ronda los 200 dólares.

En estas experiencias de emprendimientos, el soporte de la familia y amigos es indispensable. Jarisa comenta que sus padres le brindaron ese apoyo económico. “Mis padres me regalaron la secadora de cabello y la plancha. Yo compre peines, tijeras y lo que me pedían poco a poco en la academia”, recuerda.

Dice que siempre fue una estudiante proactiva. “La dueña de la academia me llevaba a participar en seminarios y yo me ofrecía acompañarla, sin pagos”.

En su primer trabajo comenzó devengando un salario de 3,000 córdobas. Aunque era demasiado poco, con respecto a lo que había invertido en sus estudios, tomó la oferta. En ese momento, no le importó cuánto iba a ganar, porque necesitaba adquirir experiencia de trabajo.

“Recuerdo que gané una beca de estudios en la universidad, lo que me daba una gran oportunidad de terminar, por fin la carrera de Administración de Empresas. Cuando presenté mi renuncia en el salón donde laboraba, y fui a buscar mi liquidación, los dueños del salón me dijeron que no tenía derecho a nada. Me sentí muy impresionada y triste, porque yo ganaba un salario fijo. No trabajaba por comisiones. Por Ley, tenía derecho a prestaciones, pero me fueron negadas. Hablando con una de mis tías, ella me aconsejó que olvidara eso. Me consoló diciendo que algunas veces, en los trabajos uno paga por aprender. Que considerara eso como un pago”,

Entre sus anécdotas cuenta que, en otro salón de belleza, trabajó todo un mes y la propietaria del negocio le pagó tan solo 1,000 córdobas de comisión. “Sentí que me estaban robando y ya no regresé, porque no me gustó. En un día de trabajo, yo hubiera hecho más que eso, trabajando por mi cuenta”, dice.

A pesar de las adversidades, ahora Jarisa es dueña de su propio negocio. Se asoció con una de sus hermanas y abrió Picky Salón en el año 2019. El nombre se lo dedicó a su fiel mascota, Picky, la perrita que sale a recibir a los clientes con mucho entusiasmo.

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“A pesar de la difícil situación económica en Nicaragua, nos atrevimos a comprar el salón, porque aquí trabajé por cinco años. Ya tenía mis clientas fieles, que me buscaban. Hasta hoy, ellos son los que todavía me dan soporte como clientas fijas”, señala. Actualmente Picky Salon, genera empleo para cinco familias.

LA CLAVE DEL ÉXITO

“Algunas veces hacemos de consejeras personales, escuchamos a los clientes cuando viene bien cargados emocionalmente y quieren compartir sus vivencias con nosotros y hasta los aconsejamos. Nosotras queremos que los clientes se sientan cómodos y en confianza. Muchas clientas ya forman parte de nuestro círculo de amistad”, asegura.

“Estoy segura que Dios me ha dado un don en mis manos.Todo lo que hago, es con su dirección. A veces quisiera retirarme y dedicarme a otro negocio, pero cuando veo la satisfacción de mis clientes, me lleno de orgullo”, concluye. 

Este artículo forma parte de la serie de microhistorias sobre emprendedores nicaragüenses.

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