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Rosario Murillo consolida su poder como la primera dictadora de América Latina

Rosario Murillo ha pasado de ser la esposa del dictador Daniel Ortega a convertirse en la primera dictadora en América Latina. Mientras él se eclipsa, ella consolida su control absoluto sobre Nicaragua.

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Despacho 505
  • Managua, Nicaragua
  • mayo 28, 2025
  • 05:42 AM

En el corazón de Managua, en la residencia conocida como El Carmen, Rosario Murillo Zambrana empezó a tejer, desde las sombras, el camino hacia el poder absoluto. Poeta, madre, vocera, y finalmente “copresidenta”, Murillo ha pasado de musa bohemia a figura todopoderosa del régimen más autoritario de Centroamérica. Hoy, aunque la figura de Daniel Ortega sigue siendo predominante, nadie duda de que es ella la que mueve los hilos del poder en Nicaragua.

En la historia de América Latina han existido mujeres al frente de regímenes autoritarios, pero ninguna con el poder y el control absoluto de Rosario Murillo. Su caso es único: no llegó al poder por medio de elecciones populares, sino que lo construyó desde las entrañas de la dictadura, hasta convertirse en la primera mujer dictadora en la historia política reciente de la región.

Durante la década de los ochenta, Murillo carecía de relevancia política. En plena guerra revolucionaria, su papel era el de una compañera distante de Ortega, más inclinada hacia la poesía y la espiritualidad que hacia la gestión del Estado. Se rodeaba de artistas, organizaba fiestas que se extendían hasta el amanecer y llevaba una vida paralela al centro del poder.

Sin embargo, tras la derrota electoral del Frente Sandinista en 1990 y el retiro de Ortega a la oposición, Murillo comenzó a tejer su estrategia de apartar a los asesores del dictador, hasta convertirse en la jefa de campaña electoral. Publicaciones periodísticas relatan que fue Murillo la que se encargó de cuidar a Ortega tras un infarto en 1994, desde entonces, se convirtió en su sombra. Posteriormente, lo defendió públicamente en 1998 cuando su hija, Zoilamérica Narváez, denunció al dictador por violación y abuso sexual. A partir de entonces, como relata el libro El Preso 198 del periodista Fabián Medina, “logra el control sobre él”.

En el 2001, Murillo logra separar al fallecido Dionisio Marenco de la jefatura de campaña de Ortega. Ese año, el dictador por primera vez comenzó a usar el rosado chica (magenta) en su campaña electoral contra el ingeniero Enrique Bolaños, y hubo un giro en el tono de su mensaje de propaganda. En la Managua del 2001, comenzó a oirse en los medios de comunicación en los rótulos de la capital, mensajes mesiánicos, como la tierra prometida, amor, paz y reconciliación.

El rostro del régimen

El retorno de Daniel Ortega al poder en el 2006, gracias a un pacto liberosandinista y a unas reformas electorales que rebajaron a 35% el voto mínimo para lograr la primera magistratura, Murillo ya era una pieza clave en el aparato de propaganda y agitación sandinista. Su sello apareció en todo los mensajes con tipografía de su puño y letra. También puso en práctiva el uso de simbología mística, y una estética colorida y barroca en los espacios públicos, acompañado de un discurso cargado de religiosidad sincrética.

A pesar de ello, no logró colarse como segunda al mando en las elecciones del 2011, ya que el dictador escogió como compañero de fórmula al general en retiro Omar Halleslevens, como una estrategia para mantener el control sobre el órgano castrense.

Sin embargo, su trabajo para colarse en la lista como segunda de Ortega no cesó. En el 2014 promovió una reforma al sistema jurídico nacional para eliminar la prohibición para ser electa vicepresidente de Nicaragua. Esta reforma, eliminó el parentesco con el dictador para poder ser nominada candidata electoral. En este proceso, separó a Ortega de sus principales colaboradores: Tomas Borge, Bayardo Arce, y Lenín Cerna.

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Ya en el 2016, y con el control total de todos los poderes del Estado, fue designada vicepresidenta del Frente Sandinista en un congreso promovido y controlado por Ortega, para legimitar el poder que ya ostentaba dentro de la estructura del gobierno, ya que coordinaba el gabinete de gobierno, quitaba y ponía funcionario y era quien realizaba el trabajo ejecutivo en Nicaragua.

Tras la rebelión cívica de abril de 2018, Murillo no solo tomó el control de la crisis, sino que ordenó a la Juventud Sandinista vapulear a un grupo de ancianos que protestaban en León el 18 de abril. Esa misma orden fue dada en Managua, mientras el dictador convalecía por una crisis de salud asociada al Lupus Eritematoso Sistémico que padece.

La dictadura desató una represión brutal contra manifestantes, encarceló a opositores, cerró medios de comunicación y canceló la personalidad jurídica de organizaciones civiles. En los medios de propagandas del régimen, los mensajes de odio con descalificativos contra los opositores, iglesia, medios de comunicación, periodistas o cualquier otra expresión crítica al régimen, fueron más frecuentes.

Sus discursos diarios están plagados de referencias a Dios, la Virgen María, los astros y la energía cósmica. Habla de amor, paz y reconciliación, mientras su dictadura encarcela, exilia y elimina todo vestigio de disidencia.

Una de las contradicciones más evidentes entre su discurso religioso y sus acciones se ha manifestado en sus constantes ataques contra la Iglesia católica. Al igual que su marido, Murillo ha acusado a obispos y sacerdotes de estar detrás de lo que llama un supuesto “golpe de Estado fallido” en 2018 —una narrativa que carece de pruebas verificables—. En ese contexto, ha utilizado un lenguaje particularmente agresivo contra religiosos, a quienes ha llamado “terroristas”, “lobos repugnantes”, “hijos del demonio” y “pastores disfrazados que no son pastores, son criminales”.

Su estilo vertical, excluyente y profundamente personalista, la ha llevado a crear una red de lealtades que se extiende por todo el Estado y ha colocado a sus hijos en posiciones clave. Algunos analistas consideran que está construyendo una dinastía familiar, con miras a perpetuar su legado político más allá de la vida o la capacidad de Ortega.

¿Y después de Ortega?

Aunque Daniel Ortega sigue en el mando del régimen, son cada vez más las señales de que Rosario Murillo es quien toma las decisiones estratégicas. Controla a la Policía, a los medios de comunicación estatales, el aparato electoral y a los cuadros del Frente Sandinista. En los círculos de poder, su palabra pesa más que la de cualquiera.

En los últimos meses, los rumores sobre un posible retiro —o debilitamiento por salud— de Ortega han cobrado fuerza. El reciente mensaje de felicitación enviado por Rosario Murillo a Margarita Simonián, redactora jefa de Russia Today (RT), ha avivado estas especulaciones.

Publicado el 22 de mayo de 2025 por el medios oficialistas, el mensaje celebra el reconocimiento otorgado a Simonián por parte del presidente ruso Vladímir Putin. Pero lo que llamó la atención en Nicaragua no fue el contenido, sino la forma: la carta solo lleva la firma de Murillo, sin la tradicional cofirma de Ortega. La omisión resulta aún más significativa dado que Ortega no apareció en los actos públicos del 130 aniversario del natalicio de Augusto C. Sandino, evento emblemático donde se esperaba su participación el 19 de mayo.

Estos silencios institucionales y simbólicos han alimentado la percepción de que Murillo ya no solo gobierna junto a Ortega, sino que se proyecta como su sucesora inevitable de esa dictadura.

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